El orgasmo como revolución: del cuerpo propio al derecho político

El orgasmo como revolución: del cuerpo propio al derecho político

por 

Claudia Calvin Venero

Deletrear el orgasmo femenino es desafiar siglos de silencio, simulación y abuso.  

O  R  G  A  S  M  O

El 8 de agosto, Día Internacional del Orgasmo, no es una fecha anecdótica: nació en Brasil en 2006, cuando el concejal José Arimateia Dantas Lacerda la propuso para promover la salud sexual femenina. Su origen, que muchas personas  consideraron pintoresco, pronto fue resignificado por movimientos feministas como un acto político y necesario. Ese día no celebramos solo un instante de placer; reivindicamos el derecho de habitar nuestro cuerpo con plenitud y sin permiso. Porque el orgasmo no es un lujo, es una afirmación de soberanía sobre nosotras y nuestro cuerpo y también es un reclamo de justicia y reconocimiento a nuestros derechos. 

El placer femenino ha sido sometido, invisibilizado, juzgado, ignorado, silenciado, patologizado,  castigado o domesticado durante siglos. En la medicina occidental del siglo XIX, a las mujeres que manifestaban deseo se les diagnosticaba “histeria” y se les “trataba” con masajes pélvicos. Así se inventaron los vibradores, los cuales eran usados por los doctores expertos para producir orgasmos en las pacientes y liberarlas de ese terrible mal que las aquejaba y tanto preocupaba a la sociedad. Obviamente, estos diagnósticos eran hechos por hombres, que definían la enfermedad y establecían “la cura”. Esta práctica se consideraba un procedimiento médico habitual.  En la Inglaterra victoriana, cuando la educación de las mujeres aumentó ligeramente, se llegó a decir que la histeria era provocada por las mujeres intelectuales y que se atrevían a trabajar fuera de casa. Interesantes también los estudios que señalan que el mercado de vibradores eléctricos creció a finales del siglo XIX para atender esta enfermedad y le generó muchos ingresos a quienes se beneficiaron de estos diagnósticos. 

La invisibilidad fue también anatómica y por supuesto, cultural y educativa. ¿Alguna de ustedes recuerda haber estudiado anatomía en un cuerpo de mujer? La educación oficial nos enseñó, al menos en mi generación (nacida en los 60), esta importante materia siempre con la imagen de un hombre. Figuras de mujeres con senos y vagina -santo cielo- eran motivo de sonrisas escondidas, regaños y morbo. 

Hasta 1998, la mayoría de los manuales médicos omitían el clítoris en su forma completa. Ese año, la primera uróloga australiana Helen O’Connell publicó la primera descripción anatómica detallada de este “misterioso órgano” mostrando que el clítoris es mucho más que un “pequeño punto”: un órgano bastante más complejo  diseñado exclusivamente para el placer. 

Imagen: By SVG by Marnanel after Amphis.Translated by Angelito7

Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=29596593

En 1970, la feminista Anne Koedt publicó El mito del orgasmo vaginal desmintiendo la idea de que la penetración vaginal era la vía natural para alcanzar el orgasmo. “La mujer ha sido engañada sobre su propio cuerpo. El clítoris es la fuente primaria del placer sexual femenino”, escribió Koedt, desafiando décadas de discursos médicos y culturales erróneos.

La llamada “brecha orgásmica” no es una curiosidad, es un indicador de desigualdad estructural y se refiere al hecho de que las mujeres que mantienen relaciones sexuales con hombres tienen muchos menos orgasmos que ellos. 

En parejas heterosexuales, los hombres tienen entre  70% y 85% más orgasmos que las mujeres, cuyas cifras rondan entre  el 46% al 58%.  Otros estudios demuestran que por cada hombre que no tiene orgasmos nunca en sus relaciones, hay 10 mujeres en la misma situación. En todos los estudios, el orgasmo es una excepción para las mujeres y para los hombres, en su mayoría, una constante. 

Lo más revelador es que esta brecha se reduce drásticamente en relaciones lésbicas o cuando hay estimulación directa del clítoris, lo que confirma que el problema no es biológico, sino cultural: está en cómo se nos educa, o se deja de hacerlo, con relación al placer. 

Nombrar el orgasmo, hablar de él en voz alta, reconocerlo, visibilizarlo y ponerlo sobre la mesa de conversación es un acto de desobediencia y resistencia. Durante décadas, incluso los discursos progresistas han caído en el llamado imperativo orgásmico: la presión de que llegar al clímax es un requisito para la sexualidad “exitosa”. Si tienes uno, eres buena en la horizontalidad; si no lo tienes, eres un fracaso. Vamos un paso más allá, si no lo tienes, fíngelo, tanto para no ser catalogada de frígida como para no hacer sentir mal, en contextos heterosexuales, al otro y cuestionar su hombría y masculinidad.  (No es suficiente con llevar el mandato propio a cuestas, hay que cuidar también la masculinidad del otro.) 

Propongo aquí verlo desde otra óptica: visualizarlo no como una obligación sino como un derecho. No como un mandato o meta impuesta sino como un territorio propio que podemos habitar, explorar y vivir en libertad. 

Nunca entendimos que al negarnos el derecho al placer, la sociedad y la cultura estaban ejerciendo violencia en nuestra contra. La negación del orgasmo no es un accidente; es parte de un sistema que controla el cuerpo de las mujeres. Más de 230 millones de niñas y mujeres en el mundo han sido sometidas a mutilación genital femenina, según UNICEF (2024) y la OMS (2024). 30 millones más que hace ocho años. Esta práctica, que destruye parcial o totalmente la capacidad de sentir placer, es la forma más brutal de decirnos: “tu cuerpo no es tuyo” y tus derechos NO importan. “Tu cuerpo nos pertenece a los hombres y a la estructura patriarcal de poder.”

A esta violencia se suman formas más sutiles pero igual de dañinas: la estigmatización del deseo, la virginidad como valor moral, la educación sexual centrada en la reproducción y no en el gozo y vemos en este contexto el papel de los medios financiados por los grupos ultraconservadores al promover a las tradwives y la narrativa idílica que les rodea. 

Las feministas que nos precedieron entendieron que el placer es político. Koedt, Shere Hite y Germaine Greer pusieron sobre la mesa que el orgasmo femenino es un asunto de justicia y de verdad sobre nuestros cuerpos. Laurie Mintz, psicóloga contemporánea, insiste en que la ignorancia cultural sobre el clítoris es uno de los cimientos de la brecha orgásmica. En América Latina, voces como las de Marcela Lagarde o Rita Segato vinculan deseo, cuerpo y emancipación, recordándonos que cada orgasmo libre es también un acto de resistencia frente a un orden que nos quiere disciplinadas, sumisas  y silenciosas.

Reclamar el orgasmo es reclamar la vida entera. No importa la edad, la orientación o el cuerpo que habitemos: nuestro derecho al placer es parte de nuestra dignidad. Nombrarlo, buscarlo, sentirlo, es transformar la manera en que nos relacionamos con nosotras mismas y con el mundo.

El 8 de agosto, hablemos de orgasmos sin pudor y sin culpa. Porque nuestro placer es nuestra revolución.

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