Sobre el éxito, los estrógenos y la Real Academia

Sobre el éxito, los estrógenos y la Real Academia

por 

Claudia Calvin 

Llevo mucho tiempo pensando en el verdadero significado del “éxito”.  Pienso que el concepto genera más frustraciones que crecimiento y más estancamiento que posibilidades, sobre todo para las mujeres

Me explico. 

Cuando buscas en la Real Academia de la Lengua Española la definición te encuentras con esto:   Resultado feliz de un negocio, actuación, buena aceptación que tiene alguien o algo, fin o terminación de un negocio o asunto.

Los sinónimos son: triunfo, victoria, consecución, fortuna, fama, gloria, celebridad, renombre, notoriedad y el opuesto es una sola palabra: fracaso. 

Cuando buscas imágenes en internet sobre la misma palabra vas dándote cuenta de la complejidad del asunto. 

Hice un experimento inicial y encontré que de 50 imágenes relacionadas con la palabra “éxito”, 48 eran imágenes de hombres subiendo escaleras, saltando con los puños en alto en señal de logro, escalando la cima de montañas, ganando medallas, tomándose de la mano con otro hombre en señal de haber llegado a un acuerdo y había dos, si sólo dos imágenes de mujeres. Una era una mujer de perfil subiendo en tacones una escalera y la otra era una caricatura de una niñita con pelo rojo y lentes más grandes que su cara, subiendo por una escalera en la que hasta arriba había una bandera roja. ¿El éxito es una bandera roja para quienes tienen cromosomas XX?

¿Qué significa entonces el éxito para las mujeres?  Alguien me dirá que lo mismo que para los hombres, para eso está el diccionario. Por cierto, la Real Academia sólo ha admitido a 11 o 12 mujeres de entre más de 500 miembros a lo largo de sus trescientos años de historia, así que las definiciones no han sido acuñadas por las mujeres a lo largo del tiempo. 

Si a lo anterior sumamos el papel que hoy en día juegan las redes sociales, vamos profundizando más en el significado que hoy adquiere la palabra y el contenido que se le asigna. El hecho mismo de que hoy en día se haya acuñado la palabra “instagrameable” es sintomática. Vivimos una cultura que hoy define el éxito con un lente muy particular, un lente que se sostiene en imágenes que capturan momentos de situaciones “perfectas”, momentos “perfectos” con personas “perfectas”. Personas que han logrado todo, principalmente, tener millones de dólares para presumir o subir fotos a sus feeds en las que posan con sonrisas naturales y desenfadadas en un jet privado, en campos de golf, en la proa de un lujoso velero con un traje de baño espectacular, en un cuerpo de diosa o dios, viendo un atardecer y con una copa de champaña en la mano. 

Hoy el éxito se fotografía y se sube a las redes sociales, se difunde de todas las maneras posibles. Si no está en una foto que todo el mundo pueda ver, no existe. Nos hemos acostumbrado a una cotidianeidad en la que el silencio parece sinónimo de desaparición y casi se le vincula con el fracaso. 

Se considera exitosa a una persona que vive como sinónimo de diccionario: triunfo, victoria, consecución, fortuna, fama, gloria, celebridad, renombre, notoriedad. Estos sinónimos se han convertido en aspiraciones y en guías que estructuran los días y noches de muchas personas. 

Pero, una vez más: ¿Cómo lo vivimos, respiramos, incorporamos las mujeres a nuestra existencia? La sociedad nos ha dicho que tenemos que ser esculturales, jóvenes, claras sin ser mandonas, fuertes sin ser marimachas, tener mucho dinero, cuando la realidad estructural es que la riqueza a nivel mundial se sigue concentrando en manos de hombres y la pobreza sigue teniendo rostro de mujer. Los 22 hombres más ricos del mundo tienen más riqueza que todas las mujeres de África juntas. 1 de cada 10 mujeres en el mundo vive en pobreza extrema y se espera que por el cambio climático 236 millones de mujeres y niñas pasarán hambre de aquí a 2030, esto es, el doble que los hombres. 

El contenido de la definición se vuelve hueco y cruel en contextos así. 

Si no eres perfecta -en  términos instagrameables- no sonríes y vives con arrojo, eres el antónimo, esa única palabra que se encuentra en la RAE: fracasada.

¿Cuándo vamos a definir nosotras, o para fines prácticos cualquier persona, el éxito en nuestras vidas? Para empezar, el éxito no es lo mismo para todas y todos y el contenido con el que se ha entendido hasta hoy está dejando saldos rojos en la salud mental de miles de personas. 

¿Qué pasa con los millones de personas y mujeres en el mundo que viven vidas ocupadas, que no tienen tiempo para hacer scroll en redes, que tienen que sacar a sus hijas e hijos adelante, que están sobreviviendo ante situaciones de guerra (física, real, emocional), que han llegado a la edad adulta sin una estructura para su retiro, que sobreviven la violencia cotidiana a las que todas las niñas y mujeres nos enfrentamos (1 de cada 3 mujeres en el mundo vive o ha vivido violencia, no lo olvidemos). También están las otras mujeres, esas que lo dan todo cada día, que trabajan  de manera remunerada o no remunerada, que apoyan, que construyen entornos sanos para quienes forman parte de su mundo, que no tienen interés en hacer pública su vida privada, que no aparecen en las listas de esas revistas de negocios que hacen la graciosa concesión de reconocer a cien mujeres o a quinientas una vez al año, porque “están comprometidas con la igualdad”. 

La gran paradoja es que en un mundo en el que las personas en promedio pasan 6.57 horas al día conectadas a una pantalla, esto es 210 horas al mes, 105 días -es decir, poco más de tres meses- al año, es necesario volvernos no sólo a mirar a los ojos unas y unos a otros, sino mirarnos internamente para rescatar nuestra propia humanidad, conectar con nuestro centro y preguntarnos en función de qué estamos viviendo. 

El mundo ha cambiado, pero las definiciones siguen siendo las mismas y están llenas de testosterona y les faltan estrógenos, les sobra narcisismo y les falta humanidad. 

Hacernos dueñas de nuestras palabras y definiciones es un primer paso hacia nuestra autovalidación y reconocimiento de nuestro propio poder. Tenemos derecho a definir el “éxito” y la vida en nuestros propios términos y a hacer visible nuestra óptica de la realidad.

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