Soy comunicóloga, así que tengo una reacción casi obsesiva por analizar lo que se dice y sobre todo por cómo se dicen las cosas…soy una convencida de la veracidad de aquella frase tan utilizada en la política que dice “forma es fondo”, y si, el cómo decimos las cosas tiene que ver TODO con el porqué las decimos como las decimos y lo que refleja de cada uno/a de nosotros/as. Así pues, aparte de ser comunicóloga, me dedico a la defensa de los Derechos Humanos y he consagrado mi vida a la equidad de género y al trabajo por la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres. Entonces, comunicóloga y feminista, obviamente desde hace varios años, dedico GRAN parte de mis días a trabajar por el lenguaje incluyente, lo cual, me ha traído varios problemas y MUCHAS burlas…pues búrlense pues, yo estoy convencida de que el uso del lenguaje incluyente es una de las armas más poderosas para poder lograr la igualdad.
Claro, no falta quien a capa y espada defienda las reglas establecidas por la RAE, y me miran con ojos acusadores cada que decido no utilizar el mugroso “genérico incluyente” y decido nombrar a las mujeres al hablar. No falta la persona que encantadoramente me corrija y me diga que no, que lo correcto no es presidenta, si no presidente, y me recita cuasi de memoria ese mail que estuvo circulando que decía que es presidente porque es referente a quien preside y que entonces bla bla bla bla bla… es PRESIDENTA y no, no es necedad…sólo que estoy convencida que el lenguaje sexista es un reflejo de las condiciones de desigualdad en las que vivimos las mujeres, es la verbalización del reparto desproporcionado del poder entre hombres y mujeres en la sociedad. Los prejuicios sexistas que el lenguaje transmite sobre las mujeres son el reflejo del papel social atribuido a nosotras durante generaciones. A pesar de que el papel de las mujeres se ha ido transformando, los mensajes que muchas veces seguimos transmitiendo solamente refuerzan los estereotipos y los roles tradicionales y finalmente, seguimos normalizando que se nos vea a través de esos roles y no como personas con capacidades y aptitudes igual que los hombres.
Comentaba en otra ocasión que cuando comencé a estudiar el lenguaje como herramienta para la discriminación, leí que no sólo empleamos las palabras para pensar, si no que en el lenguaje se encuentra la base de casi toda nuestra experiencia, ahí es donde radica toda nuestra imaginación, todas nuestros encuentros, creencias, decisiones, preferencias y también es la base más fuerte que sostiene los estereotipos, prejuicios negativos y estigmas, que casi de manera imperceptible se transforman en prácticas de injusticia, exclusión social y violación de derechos.
El discurso, en un sentido general, está construido como si únicamente existieran los hombres, las mujeres solo existimos, por las condiciones en las cuales se nos relaciona con el otro sexo, haciendo notar solo nuestro rol de dependientes, complementarias, subalternas o, en casos más graves, como propiedad de los hombres. Un lenguaje discriminatorio cumple la doble función de construir y confirmar la “inferioridad” de personas y grupos, grupos como las personas con obesidad, las trabajadoras sexuales, las trabajadoras del hogar, las personas de algún grupo étnico y personas según su orientación sexogenérica, todo esto porque el lenguaje, de manera colectiva les adjudica, de manera consciente o no, valores negativos o de menor valor.
Desde que somos pequeños/as, aprendemos a nombrar a las cosas y a las personas según nuestro entorno y al mismo tiempo, integramos prejuicios, atribuciones y matices. Producimos y reproducimos, la mayor parte del tiempo sin conciencia del poder que tienen las palabras. Es entonces pues, que el lenguaje sexista es el GRAN reflejo de las condiciones de desigualdad en las que vivimos las mujeres, ya que cuando se nos omite a las mujeres en el lenguaje, constituye una de las formas más comunes de discriminación, sexismo y violencia de género.
Es por eso que, el año pasado, el 8 de octubre la Cámara de Diputados (y diputadas) aprueba modificar el artículo 17 de la Ley General de Igualdad entre Hombres y Mujeres, estableciendo en el artículo XII que la Política Nacional en Materia de Igualdad entre Mujeres y Hombres deberá considerar: "Promover que en las prácticas de comunicación social de las dependencias de la Administración Pública, así como en los medios masivos de comunicación electrónicos e impresos, se elimine el uso de estereotipos sexistas y discriminatorios e incorporen un lenguaje incluyente"…así que la RAE podrá ser una institución respetada, pero en nuestro país, el uso del lenguaje incluyente ya es una ley que obedece e impulsa el trato no discriminatorio, el cual a su vez, está consagrado en la constitución y es pilar fundamental de los derechos humanos.
Sé que es difícil todo esto, es acostumbrarnos a pensar lo que decimos y reestructurar las palabras que, muchas veces, decimos sin ni siquiera poner atención en lo que éstas significan. Esto es cosa de voluntad, es el querer dejar el machismo atrás, es el asumir que realmente nos consideramos iguales y aunque de inicio se nos haga “raro” la incorporación de estas palabras, pensemos en el porqué no se nos ha hecho “raro” utilizar comúnmente vocablos como “tuiter”, “wasap” y otras figuras anglosajonas que esas si, la RAE no ha tenido ningún problema en incorporar al lenguaje…que a mi muy humilde opinión, sólo refuerza esta idea de que no admite el uso del lenguaje incluyente por la misoginia de sus integrantes. (Les recomiendo ampliamente esta lectura sobre las resistencias más comunes en el uso del lenguaje incluyente http://www.utim.edu.mx/madig/sexismo/docs/LoqueotrOsdicen_OlgaCastr... )
Por lo pronto, yo me considero con permiso oficial a ignorar a esas voces que no nos nombren a las mujeres, si no nos nombran, entiendo que quedamos fuera y que no les interesamos, que no existimos, que nos invisibilizan y nos reducen, así que ya sea política pública, libro de texto, spot de radio o mensaje de algún/a político/a he decidido que no votaré por aquellos/as candidatos/as que no me nombren en sus campañas y me tomaré la libertad de recordarles que nosotras también existimos y merecemos ser nombradas. Finalmente, la decisión es sólo suya, yo le invito a reflexionar y a sumarse a esta manera de impulsar una sociedad cada vez más incluyente y justa.
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