Hace casi 50 años, el musical de rock psicodélico, “Hair”, proclamaba al mundo que había llegado la proverbial “Era de Acuario”, una época en la que todos podríamos esperar ver una expresión más elevada de paz, amor e iluminación espiritual.
“Armonía y comprensión / Abundante confianza y compasión”, cantaba el elenco durante la escena de apertura, vestido con coloridos atuendos. “No más burlas ni falsedades / Dorados sueños de visiones existenciales / Mística y cristalina revelación / Y de la mente total liberación / Acuario, Acuario.”
Por placentero y prometedor que todo esto pueda sonar aun hoy en día, la noción de que el sexo casual y las drogas alucinógenas —dos de los temas principales del musical— podrían de alguna forma servir para obtener la verdadera iluminación merece un análisis más profundo.
¿Por qué ahora?
Evidentemente durante los últimos 50 años no se ha hecho mucho para restarle atractivo a las que una vez se consideraron ideas vanguardistas. De hecho, exactamente lo contrario es lo que ha ocurrido. El LSD, la psilocibina, y el MDMA o éxtasis —drogas que fueron prohibidas por la FDA tras haber sido adoptadas y a menudo consumidas en exceso por una contracultura floreciente en busca de placer— actualmente se publicitan como una gran forma de conectarse con el ser interior de cada uno, aunque bajo supervisión médica. En cuanto al sexo casual, lo que solía considerarse como una actividad básicamente recreativa u, ocasionalmente, procreativa, se está promocionando como un vehículo para que las parejas experimenten un sentido de conexión espiritual.
Esto no es decir que el sexo casual y las drogas sean intrínsecamente malos. Después de todo, ¿qué tiene de malo explorar nuestro propio ser interior? Pero la pregunta que se suscita es si tales avenidas de egoísta auto indulgencia para obtener sabiduría espiritual pueden o deben considerarse auténticas.
Quizás parezca anticuado, pero a juzgar por mi propia experiencia durante los últimos 50 y tantos años, yo diría que la oración es la mejor forma de obtener iluminación verdadera y perdurable; ese estado mental divinamente inspirado, profundamente humilde y de una paz indescriptible, que llega sin la ayuda (o más bien interferencia) de un intermediario, ya sea físico, mental, o de otra clase.
Seguramente hay tantas definiciones de oración como personas en el mundo. Pero la mayoría por cierto estaría de acuerdo en que la oración es algo que, entre otras cosas, puede inspirarnos y capacitarnos para hacer lo que es correcto para los demás y para nosotros mismos.
“La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto”, escribe la teóloga cristiana Mary Baker Eddy. “Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama”.
Lo que más me gusta de este camino a la iluminación es que no es en lo más mínimo egoísta o auto indulgente. Por el contrario, puede impulsarnos a relacionarnos con los demás de formas completamente altruistas, en beneficio mutuo y no meramente personal. Aun mejor, he visto una y otra vez que es algo que —por sí mismo— conduce a la curación física y mental.
Pero la oración va aun más allá.
Por encima de la regeneración mental o física que yo pueda experimentar, la oración continúa dándome la clase de fundamento moral y espiritual que, por lo menos según yo lo entiendo, solo puede lograrse mediante una continua comunión con el Ser Divino. Quizás no sea tan seductora como las drogas o el sexo (y eso es algo bueno), pero nada puede compararse con el efecto inmediato y completamente satisfactorio que tiene sobre nuestra capacidad de comunicarnos con nuestro ser inherentemente espiritual.
Más allá de si la Era de Acuario ha realmente llegado o no, el deseo de descubrir la fuente definitiva y exclusivamente divina del bien en nuestras vidas permanece por siempre.
Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud desde su perspectiva de practicista de la Ciencia Cristiana. Es además Comité de Publicación de California del Norte.
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