Una de las cuestiones más importantes dentro de lo que significa vivir una Maternidad/Paternidad Despierta es darnos cuenta de que nuestros hijos, esos a los que tanto amamos y por lo que estamos dispuestos a darlo todo, incluso la vida… en realidad no son nuestros.


No nos pertenecen. No son una prolongación de nuestra persona. Desde luego, no vienen a llenar nuestra soledad ni a solucionar los problemas de pareja, ni a cumplir con nuestras expectativas, por más que en muchas ocasiones se les “invite” por alguna de estas razones, incluso por muchas más…

Entonces, ¿qué son?

Nuestros hijos SON seres completos que nacen de nosotros y no para nosotros. Los padres somos el “canal” a través del cual ellos vienen al mundo.
Veamos que por vulnerable que salgan de nosotros, por pequeños y frágiles que los podamos ver, su alma es igual que la nuestra, tal vez incluso sea más evolucionada.

Si bien los padres tenemos la labor de educar a nuestros hijos, ellos son nuestros grandes maestros. Hay quienes defienden que los hijos heredan el estado de conciencia de sus padres, otros opinan que nacen con una conciencia mayor… En cualquier caso, si algo vienen a enseñarnos es a encontrar dentro de nosotros la gran capacidad de amar de forma incondicional, nos ayudan a trabajar la renuncia, la dedicación y otras grandes virtudes como la paciencia o la entrega.

Vienen a iluminarnos una parcela del corazón que permanece oculta hasta que ellos llegan a nuestras vidas. En parte, podría decirse que vienen a despertarnos. Vienen a mostrarnos grandes lecciones de amor.

¿Qué pasa cuando nos relacionamos con ellos bajo la creencia de que SON nuestros?

Aquí nos relacionamos con ellos desde la creencia de que se trata de nosotros: “nuestros” hijos, “nuestros” proyectos, “nuestros” sueños, y ellos son parte de “nuestra” vida.

¡Realmente forman parte de todo eso!

Pero caemos en la trampa de olvidarnos que también se trata de ellos, y que nosotros formamos parte, igualmente, de “sus” proyectos, de “sus” sueños y de “su” vida.

Para que exista el equilibrio, hay que tener en cuenta que existen 3 proyectos diferentes entre los padres y los hijos:

– El proyecto personal (el propósito de vida) de los padres

– El proyecto personal (el propósito de vida) de los hijos

– El proyecto en común: el camino que construyen juntos.

Cuando renunciamos a nuestra parcela personal, cargamos a nuestros hijos con tareas que no son suyas… y podemos llegar a mezclar su parcela con la nuestra, esperando, como decía al principio, que cumplan nuestras expectativas, que sean aquello que nosotros no nos atrevimos, no quisimos o no pudimos ser. E igual, que hagan con su vida lo que nosotros no hemos conseguido, o incluso que hagan lo que a “nosotros” nos parece mejor, nos hace más ilusión o pensamos que será lo que “a ellos” les haga más felices…

¿Cuál es entonces nuestra misión respecto a ellos?

∗ Nuestra es la decisión de traerlos al mundo; nuestra es la decisión de ser Canales de Vida para que ellos puedan nacer y que encuentren en nosotros un hogar, un lugar seguro, cálido y amoroso.

Nuestra es la maravillosa labor de ser quienes los acompañen y les enseñen el camino para que puedan descubrir quienes son y qué han venido a hacer.

Nuestra es la tarea de ser el ejemplo de vida que les inspire para ser mejores cada día, para vivir con grandes valores, de forma coherente, satisfactoria y plena.

Nuestra es la responsabilidad de ofrecerles todas las herramientas que podamos para que puedan desarrollar sus talentos, y que encuentren la vía para poder liberarlos y que realicen aquello en lo que sean de mayor utilidad, sobre todo para sí mismos. Que encuentren aquello que les haga felices.

Nuestra es la tarea de acompañarles, educarles, procurarles seguridad y cubrir todas sus necesidades, desde las más básicas a las más complejas, como puedan ser las emocionales y las de realización.

Nuestra es la aceptación de quienes son, el respeto y el amor incondicional.

Nuestra es la difícil posición de permitirles el espacio necesario para encontrarse, para descubrirse y experimentar la vida; el espacio para equivocarse, para aprender, para tomar sus pequeñas y grandes decisiones y sacar sus propias conclusiones.

Nuestra es la labor de enseñarles a ser libres, dueños de su vida, de sus pensamientos, a ser responsables de sus resultados.

Esa es nuestra función. Nuestra responsabilidad. En ningún caso podemos regalarla o cederla al colectivo, no podemos renunciar y desentendernos del compromiso que hemos adquirido con nuestros hijos.

Nosotros que tenemos la obligación de cumplir con sus expectativas, siendo lo mejor que podemos ser para que ellos, a su vez, encuentren todo cuanto necesitan y esperan de nosotros.

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