El ser humano se hace cada vez más complejo. Si a la simple conversación, esa en donde los tonos, los gestos, dicen más que las palabras, le agregamos los mecanismos de comunicación inmediata, teléfono, redes sociales, foros, chats, etc., tenemos entonces un caldo más que suculento y la mayoría de las veces amargo. Lo que debería ser dulce, es amargo, porque en la era de la fluidez de la comunicación, lo que menos sabernos es comunicarnos. O de la manera simple, manifestar nuestros desacuerdos de manera civilizada. ¿Qué tan difícil decir “no estoy de acuerdo, podemos hablar”? El asunto, es que sólo importa lo que uno dice y el otro, deja de existir. Lo explicaré de tal manera y tomo como referencia la situación de mi vecina, en la que hay una hija disgustada. Explico la razón: mi vecina no alcanzó a llegar a su fiesta en donde daría a conocer su primer embarazo. Por supuesto, que es una noticia importante, pero no estuvo presente porque la hija, aunque se enteró desde el principio que su mamá saldría de viaje, programó dicha fiesta en la misma fecha del viaje. La hija, cuenta mi vecina, está sumamente ofendida y sabe por sus otros hijos, que no quiere verla. Tal vez, ustedes opinen lo contrario y espero, en determinado momento, su punto de vista, pero la verdad, me parece una exageración. El empeño de la hija por hacer una fiesta cuando su madre estaría de viaje, un viaje por supuesto, bajo una agenda de trabajo, me parece descabellado. Si estuviera en su lugar, hubiese cambiado la fecha, es decir, ¿qué podría pasarme si adelanto o atraso la reunión una semana para dar la noticia de mi embarazo? O bien, buscar otro momento para reunirse. Es decir, ¿por qué desaprovechar los días en odios si de lo que se trata es de gozar las buenas noticias? Que su hija, dice mi vecina, no se siente amada. Pero ¿acaso sólo en las fiestas, las reuniones, se ama a los hijos? Es grave si ponderamos de tal manera el amor. Y más grave, valorar con un hecho, acaso negativo, lo que se ha hecho por el otro. En algún momento, nos volvimos más delicados, más volubles y los reflectores deberán estar siempre dirigidos hacia nosotros. Es así como queremos vivir, la comunicación siempre hacia un sentido pero no hacia el otro. Esto, es lo preocupante. Y de este tipo de cosas, vemos a cada rato en las redes sociales. Si opino lo contrario, si difiero en el mínimo punto, hay una jauría condenándome. No aguantamos, no toleramos, no buscamos alternativas, no negociamos. En la era de la información, los múltiples mecanismos para lograrla, se ven truncados porque no tenemos tiempo para mirarnos cara a cara, para reconsiderar, para dejar de importarnos un poco y ceder paso al otro, ese otro que también espera, ese otro también dolido, abrumado, cansado, desilusionado. ¡Qué ironía! ¿Verdad?
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