Las universidades en el curso "Autoritarismo 101"

La historia, para variar, tiene muchas respuestas a los dilemas que vivimos en la actualidad. Uno de ellos es lo que ha sucedido, en el siglo pasado y en años recientes,  cuando los regímenes autoritarios han movido sus instrumentos de poder para vulnerar a las universidades. ¿Por qué? Porque uno de sus primeros frentes de batalla son los espacios en los que existe libertad de pensamiento, independencia y diversidad de ideas. Sus fortalezas las convierten en objetivos prioritarios. La historia lo ha demostrado una y otra vez, y lo que está ocurriendo hoy en Estados Unidos bajo la administración de Donald Trump debe ponernos en alerta.

El pasado 22 de mayo, la administración Trump revocó la certificación que permite a Harvard matricular estudiantes internacionales. Una medida sin precedentes en la historia reciente del país. Aunque un juez federal bloqueó parcialmente esta orden, permitiendo que los estudiantes permanezcan en Estados Unidos mientras se resuelve el litigio, el mensaje ya está dado: las universidades no están exentas del control político y del castigo ideológico, y las que no respeten la ideología en el poder serán sancionadas.

Lo más alarmante es que esta no es una medida aislada ni nueva. Durante su primer mandato (2017–2021), Trump inició una serie de ataques contra el sistema de educación superior: desde la implementación del “Muslim Ban” que afectó a miles de estudiantes internacionales, hasta recortes presupuestarios a programas de investigación y educación, así como restricciones a préstamos estudiantiles. La narrativa era clara: las universidades eran vistas como “focos liberales”, “nidos de marxismo cultural” o “enemigos declarados de su proyecto”.

Este patrón se consolida ahora, en su segundo mandato, con medidas que recuerdan preocupantemente los métodos empleados por regímenes autoritarios a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. En otras palabras, estamos viendo la repetición de un guión viejo y conocido.

En la Alemania nazi, la purga del profesorado judío y disidente en 1933 fue uno de los primeros pasos para alinear la educación con los valores del Tercer Reich. Se prohibieron libros, se impuso ideología en los contenidos y se subordinó la universidad al aparato propagandístico del régimen. La academia se volvió un instrumento de adoctrinamiento.

En la Unión Soviética de Stalin, la centralización de la educación y la represión académica fueron pilares del control estatal. El conocimiento que no servía al partido era desechado o criminalizado. Los científicos, filósofos y profesores que se desviaban de la línea oficial eran enviados al exilio, a campos de trabajo o simplemente y llanamente, eliminados.

El caso de Harvard no es único. Las universidades de Columbia, Northwestern, Portland State University, the California en Berkeley y  Minnesota, entre muchas otras, también han enfrentado diversas amenazas  fundamentadas en el “control del antisemitismo” en sus campus. La Orden Ejecutiva 14188 permite al gobierno monitorear a estudiantes y personal académico extranjero, abriendo la puerta a una vigilancia sin límites en espacios que deberían ser protegidos por la libertad de expresión y académica. Esto, además, es violatorio de la Primera Enmienda constitucional. Harvard también fue acusada de promover la violencia y de coordinarse con el Partido Comunista Chino en el campus.

Detrás de estas acciones hay una lógica clara: reducir el disenso, castigar la crítica, intimidar a quienes piensan diferente y reconfigurar el ecosistema educativo para que sirva al poder y no al conocimiento. No se trata de meras decisiones administrativas. Se trata de una estrategia de control del pensamiento, que busca debilitar uno de los pilares más importantes de cualquier sociedad democrática: su educación superior libre, crítica y diversa.

En medio de este escenario, se pudo ver un poco de esperanza en la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles. Jane Fonda fue invitada el 16 de mayo pasado a la ceremonia de graduación de la Escuela de Comunicación y Periodismo Annenberg. Esto no fue una coincidencia, fue una declaración. En su discurso llamó a las y los graduados a resistir, a construir comunidad, a no quedarse de brazos cruzados ante la injusticia. Dijo algo que no hay que olvidar: La esperanza es un músculo, como el corazón. Y se fortalece con el uso.

Que una mujer con una trayectoria de décadas en la defensa de derechos humanos, del medio ambiente y la democracia se dirija a una generación de jóvenes justo en este momento -cuando las universidades están siendo señaladas, vigiladas y castigadas- es profundamente simbólico.

No olvidar también es resistir.

Publicado originalmente en Animal Político el 27 de mayo

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