Prometí que vendría más seguido, ahora sí y aquí estoy.
He tenido algunos problemas de salud y el médico me ha mandado a descansar. No soporto la idea y va en contra de mi filosofía, pero el cuerpo me está dando un aviso y lo estoy tomando.
Hice catarsis escribiendo un cuento: La mujer que no sabía descansar. Lo comparto aquí y dejo algunas reflexiones que he tenido estos días al respecto.
Si me dejan sus comentarios o experiencias, lo agradeceré. Si a alguna le ha pasado esto y me quiere compartir cómo le hizo para salir adelante con esto, también lo agradeceré.
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La mujer que no sabía descansar
En un barrio arbolado, donde los gatos maullaban sabiduría y los árboles eran más viejos que el tiempo, vivía una mujer que no sabía descansar. No es que no quisiera, ¡Dios la libre de semejante pecado!, sino que en su universo descansar era como pedir permiso para respirar: una frivolidad innecesaria.
La mujer se llamaba Clara. Tenía el corazón enorme, el alma hecha de hilos antiguos y una memoria que cargaba siglos de mujeres que servían la sopa, atendían a las madres moribundas, cuidaban al perro, cocinaban el futuro… y se olvidaban de sí mismas.
Clara era lista, había estudiado tanto que los diplomas ya no cabían en las paredes. Hablaba con palabras sabias, daba consejos que hacían llorar a las clientes, actuaba con dulzura y fuego. Pero al llegar la noche, cuando el mundo entero se apagaba, ella se encendía. Porque descansar, en su mente brillante, era “perder el tiempo”.
Tenía rituales de productividad, apps, cuadernos, ideas, excels. Pero no tenía paz. Y la paz, esa señora esquiva que no grita, no manda correos ni se cuela en juntas de Zoom, le empezó a tocar la puerta a patadas.
Un día, su cuerpo más sabio que su mente y menos obediente que su calendario, dijo basta. La rodilla chilló, el estómago rugió, la cabeza giró como veleta endemoniada. Y entonces, sin querer, Clara se detuvo. No por elección, sino por agotamiento existencial.
Fue en ese paréntesis inesperado donde la vida le enseñó una verdad que no venía en sus maestrías: el descanso no es huida, es regreso.
Primero se sintió culpable, por supuesto. ¿Cómo no sentirse una traidora si no estaba salvando el mundo ese día? Pero luego pasó algo mágico. Un día amaneció y no tenía que hacer nada. El sol entró por la ventana, su perrita se acurrucó junto a ella y se permitió sentir, no producir, ni justificar, ni planear, solo estar.
Descubrió que cuando se permitía no hacer nada útil, su alma se volvía fértil.
Entonces comprendió: su misión no era solo crear proyectos brillantes, sino regenerarse para que su luz no se volviera humo.
Y aunque todavía la voz de “la productiva compulsiva” la visitaba con frecuencia, Clara había conocido algo mejor: la voz del cuerpo sabio, la ternura de la siesta sagrada, la poesía de una cama tibia sin culpa.
Desde entonces, cuando alguien le pregunta qué está haciendo, Clara sonríe con picardía y responde: Estoy en mantenimiento. Como los volcanes antes de despertar.
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Escribí esto porque me hizo sentido y se me hizo un poco más fácil aceptar lo que estoy viviendo. Fue una manera de hacer catarsis (y si... de hacer algo...lo sé).
También dejo aquí algunas reflexiones que he tenido al respecto:
Cinco reflexiones después de escribir “La mujer que no sabía descansar”:
1. El descanso es un acto de resistencia feminista
En un sistema que valora la productividad por encima del bienestar, que explota especialmente a las mujeres bajo el mandato de “estar siempre disponibles”, aprender a descansar es rebelarse. Es decirle al mundo: mi existencia no está condicionada a mi rendimiento.
2. El cuerpo habla cuando la mente no escucha
Las mujeres solemos cargar con múltiples jornadas (laboral, doméstica, emocional). Cuando ignoramos el cansancio, el cuerpo toma la palabra con síntomas, enfermedades o agotamiento. Escucharnos a tiempo es una forma de amor propio.
3. No somos máquinas, somos ciclos
La naturaleza funciona en ritmos: día y noche, luna nueva y llena, siembra y cosecha. Nosotras también. Honrar nuestros ritmos -menstruales, emocionales, energéticos- mejora nuestra creatividad, claridad mental y productividad sostenida.
4. Descansar no es dejar de hacer, es permitirnos ser
El descanso no es inactividad, es espacio fértil. Es el terreno donde germinan nuevas ideas, donde el alma respira y donde podemos reconectar con lo que importa. La creatividad florece en el silencio.
5. Una mujer descansada cambia el mundo
Una mujer en paz consigo misma actúa con más compasión, ama con más conciencia, crea con más potencia. Descansar no nos hace menos, nos hace más: más presentes, más vivas, más libres.
Comentario
Uff Marijo.
Esto nos dejará pensando a muchas de nosotras.
Gracias por compartirlo.
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