Recientemente se aprobó en California una nueva ley que permite a los médicos prescribir una dosis letal de medicamentos a pacientes terminales que desean morir en sus propios términos. Inspirada en gran medida por la experiencia de Brittany Maynard, una ex-residente del Área de la Bahía a la que se le diagnosticó cáncer y que se mudó con su esposo a Oregon para aprovechar la clemente ley estatal de “morir con dignidad”, aprobada en dicho Estado, la ley pretende honrar lo que el senador estatal Lois Wolk (D-Davis) considera una libertad propia del individuo, y ofrecer a su vez “garantías adecuadas para prevenir abusos”.
Aunque el debate público en torno a este asunto continúa centrándose fundamentalmente en el derecho a morir, quizás ahora sea un buen momento para analizar un asunto del que se habla mucho menos: el deseo de morir.
Desgraciadamente, la tendencia es enfrascarse en el debate con apenas algo más que la opinión personal, o lo que es peor, condenando a cualquier persona que no comparta nuestra creencia, prestando poca o ninguna atención a quienes están luchando con este deseo. Ninguna de estas actitudes ayuda.
Si se tiene en cuenta que la persona afectada está probablemente enfrentando una condición física insoportable, o el debilitante pensamiento de que ya no vale la pena vivir, lo que más se necesita es compasión, no una opinión personal.
La compasión transforma el debate público en un intercambio más personal y en definitiva más útil, el cual incluye el deseo genuino de eliminar el temor básico que permea la lucha del individuo.
Obviamente, es más fácil decir que hacer esto.
Para Mary Baker Eddy, una mujer que luchó extremadamente contra las trágicas pérdidas, la pobreza y una enfermedad crónica durante la primera mitad de los casi 90 años de su vida, la respuesta vino mediante pura inspiración. Tras haber estudiado la Biblia durante décadas, llegó a la conclusión de que la muerte simplemente no existe, que la vida continúa, y que todos podemos beneficiarnos con esta revelación, no solo en el más allá, sino también aquí y ahora.
“Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad mediante la muerte, esta comprensión hará despertar a una renovación de vida”, escribe en Ciencia y Salud. “Dominará o un deseo de morir o un terror a la tumba, y destruirá así el gran temor que acosa la existencia mortal”.
Eddy consideraba que su revelación era verdaderamente un “árbol de vida” que le permitió triunfar sobre sus propios desafíos y ayudar a otras personas a superar los suyos.
¿Pero qué decir de la situación de Brittany Maynard y otras personas como ella? ¿Deberíamos dejarla en paz y simplemente orar para no tener nunca que enfrentar una prueba tan severa, o para que alguien que conocemos nunca considere que la muerte es su mejor y única opción?
¿Y qué diríamos si nuestra propia lectura de la Biblia, o de cualquier otro texto espiritual nos llevara a una conclusión y a un resultado completamente diferente a los de Eddy?
En lugar de iniciar otro debate más respecto a lo que debería o no debería hacerse, lo que podría o no podría suceder, quizás el mejor curso de acción sea que cada uno de nosotros tome la decisión que sea más razonable e inspirada en ese momento, y que esté por lo menos dispuesto a mirar la vida y la muerte de formas que quizás nunca antes haya considerado.
Quizás entonces la conversación cambie del así llamado “derecho a morir” a nuestro derecho ─y deseo innato─ de vivir.
Eric Nelson, como Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud.
Contacto en México: Mexico@compub.org
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