Según el Diccionario de la Lengua Española la resiliencia es un término que adoptamos del inglés resilience, que a su vez viene del latín resiliens y que significa saltar hacia atrás o rebotar. Se refiere a esa capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Es tan reciente el uso e interés por este término que incluso el corrector ortográfico de mi procesador marca un error al escribirlo. Últimamente comienza a publicarse mucha información sobre esta maravillosa facultad que, como todo ser vivo, el ser humano también goza. Definida así, a bote pronto, parecería que es una capacidad que nos es innata y universal y de la cual podremos echar mano en cuanto la necesitemos: Así como si habláramos de la capacidad de respirar, de quitar la mano cuando sientes que te quemas, de soñar mientras dormimos o de expresarnos para darnos a entender. La vida diaria nos demuestra que no es tan sencillo como parece, es una capacidad con la que, si bien todos los seres vivos contamos, es necesario desarrollar una serie de habilidades para poder ponerla en práctica.
Yo como inexperta, lo único que he descubierto es que nadie está exento de vivir situaciones adversas en la vida y en la medida en que seamos capaces de caer, sacudirnos y levantarnos, seremos más fuertes y mejores seres humanos. Ahí radica el secreto de la resiliencia: Caer, sacudirse y levantarse ¡bum! Suena y se escribe tan fácil pero no es tan sencillo.
Existen muchos documentos especializados sobre el tema, muchos de ellos en inglés y entre todo lo que he leído creo entender un poco cómo se pone en marcha el mecanismo que dispara esta gran capacidad (incluso catalogada como uno de los principales componentes de la inteligencia emocional). Es difícil que uno personalmente pueda decir qué tan resiliente se es pues es necesario enfrentar una de esas situaciones que nadie quisiéramos vivir para ponernos a prueba y entonces, calificarnos. Eso sí, en la medida en que nos acostumbremos a sobreponernos de eventos cotidianos que nos son adversos, el día que verdaderamente lo requeriramos, seguramente saldremos adelante y nuestra resiliencia será patente.
Tanto choro se escribe fácil. Ahora que lo pienso me puedo preciar de tener gente cercana y muy entrañable que me ha demostrado lo resiliente que puede ser y creo que por eso la admiro y quiero tanto. Reconozco que en gran medida, esta capacidad la han desarrollado con base en facultades personales pero también con un ingrediente indispensable: un círculo cercano de relaciones afectivas sólidas: las amistades y familiares, la bolita, la pandilla, sus beffos... la tribu, pues.
Hace poco, alguien importantísimo de mi tribu sufrió uno de los eventos más lamentables que pudiera enfrentar un ser humano: la pérdida de su compañero de vida. Podría enumerarles las mil virtudes que esta amiga tiene (si no las tuviera, pues no formaría parte de mi tribu, punto.) y es que además de ser una amiga de esa dispuesta a todo, (en serio, dije A TODO incluyendo bailar y cantar contigo cuando lo requieras o alimentarte física o emocionalmente), es de esas mamás que disfruta la maternidad como pocas, entregada a un mil causas nobles, trabajadora y una esposa amorosa como pocas. Ahí es donde viene el nudo en la garganta. Es justo ahí donde no puedo evitar pensar que no se lo merecía... Como atinadamente dijo otra de mis amigas al respecto, quisiera quitarme un pedazo del corazón y dárselo para que pudiera sanar el suyo (no si les digo, tengo puras joyitas entre mis amistades).
Entiendo que que hay aspectos del destino que escapan a la comprensión humana; que sólo se nos permite entenderlos a la distancia o tomando en cuenta que esa persona que partió ha cumplido con su misión y que puede trascender a través de lo que ha dejado aquí; de lo que ha dejado en nosotros quienes tuvimos oportunidad de gozarlo.
Es justo en estos momentos en que la vida nos permite demostrarle al otro cuánto nos importa, tenemos la maravillosa oportunidad de abrir nuestro corazón para ayudar a sanar heridas. No sé exactamente en qué medida sea esto determinante, pero de que es importante, es importante (así como diría Albertano).
Desafortunadamente, nadie nos enseña cómo se puede ayudar a una persona querida que sufre, aprendemos sobre la marcha, como muchas otras cosas, ponemos la intuición y el corazón por delante y esperamos que a la primera le atinemos. Para colmo, tampoco podemos tomarnos todo el tiempo del mundo para analizar las cosas y tomar la mejor decisión porque entonces puede ser demasiado tarde, además, esas situaciones no permiten que vayamos a prueba y error pues podrían salir contraproducente y nunca nos lo perdonaríamos.
Hoy quisiera ser una experta en resiliencia. Quisiera poder darle a Sara un instructivo que siguiera paso a paso para que se sobrepusiera y esta pérdida le doliera menos. Quisiera poder abrazarla tan fuerte que su dolor se repartiera en dos y que así sucesivamente sucediera con todas las personas que la abrazamos hasta que ese dolor se fragmentara tanto que dejara de lastimarla. Estoy segura que esta parte de mi teoría sería muy efectiva pues somos tantas las personas que la queremos a ella y a la hermosa familia que tiene que ese dolor de verdad se volvería partículas minúsculas prácticamente imperceptibles, menores incluso a la comezón que produce un piquete de zancudo.
Ojalá pronto el amor y la buena voluntad de quienes la rodeamos, la actitud siempre positiva de Sara y su familia, sumado al legado de fortaleza de Víctor y la bendición divina, pronto curen este dolor, porque no deseo más nada por lo pronto que volverla a escuchar reír; y es que para colmo, la condenada tiene una de las risas más francas y contagiosas que he escuchado y se merece ser muy feliz.
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