Eme había perdido la fe, no la encontraba por ningún sitio, buscó bajo la cama, al lado izquierdo de la cajita en la que ponía lo sueños, primero con descuido y a tientas solo para comprobar que estaba ahí, pero al no hallarla abrió mucho los ojos y en el piso helado de su casa llena de silencios la encontró en estado de coma.
La carrera había sido indómita desde el principio, porque la fe de Eme, al igual que su moral, un poco distraída desde que era tan pequeñita como ella, así que iba y venía a su libre albedrío, a veces se quedaba un rato jugar y se le aparcaba un rato junto a la caja de los sueños, pero otras tantas se metía en el closet, agazapada entre los zapatos, lista para montarse a cualquier par que ofreciera una nueva y mejor aventura que la anterior.
Así, la fe de Eme era camaleónica, siempre acomodando cada verdad en un lugar que la convenciera, siempre aprendiendo a no hacer notar su presencia pero sí su esencia para hacerle sentir a su dueña un asidero eternamente disponible para cuando llegara la vida y sus embates.
Se ponía tantos disfraces y parecía estar más a la moda que su portadora, por lo que igual un día la encontraban recitando de memoria alguna teoría psicológica que se le veía bien, mientras que otro se daba golpes de pecho culpando a la voluntad de Dios por la lluvia, por el sol o por alguna rasgadura de alma.
A la fe de Eme, que tenía las preguntas tan largas como sus cabellos, le gustaba andar por todas partes, un día confiaba en la existencia de los extraterrestres y otro juraba que las energías andaban por ahí flotando junto con toda su corte celestial.
Se sabía por igual remedios ancestrales que los componentes químicos de cuanto chocho le llegara a las manos, tenía que saberlo todo para jamás perderse en el camino pero en esa búsqueda de conocimiento se olvidó muchas veces de Eme, quien además poseía la manía de confiar en cualquier cosa que prometiera sostenerla en este mundo.
La fe de Eme andaba cada vez más lejos y feliz encontrando verdades a medias, mientras que su portadora estaba cada vez más ciega y perdida entre las aguas fangosas de sus pensamientos, entre sus ríos estancados, soñando con el día en el que por fin encontrará una verdad para quedarse a vivir, o con algún momento en que su fe se le quedara muy pegada al cuerpo, aunque fuera sin certezas, pero que se le acoplara de cualquier modo para cumplir la misión que le habían asignado, permanecer junto a Eme.
Pero su fe había olvidado su misión, tan hambrienta de respuestas como estaba iba y venía recitando alguna nueva teoría, perdiendo de vista el hilo de la vida que la mantenía unida a Eme, obviando sus aguas inquietas, prometiendo en cada ir y venir encontrar alguna que le quedara a su dueña, sin percibir que poco a poco perdía fuerza y veracidad, sin entender que a veces es necesario estar quieta y en silencio para encontrar alguna verdad inverosímil pero a la medida.
Fue en uno de sus andares en la que Eme encontró su fe, primero la pensó medio muerta, luego al oír su débil respiración asumió que había caído irremediablemente en estado de coma, así que la tomó entre sus manos dolientes y lloró tan fuerte como la vez que descubrió que los Reyes Magos no existían.
La colocó en una pequeña caja de cerillos justo bajo su almohada y se dispuso a velar el sueño gélido de su fe, primero le susurraba palabras inentendibles y sin sentido, no sabía que decirle a aquella que muchas tardes le llegaba a su vida con flores de sabiduría entre sus manos, luego le cantó unas nanas revueltas, había olvidado las secuencias de las canciones así que le inventó unas nuevas, también le contó quedito los cuentos de las veces que se ambas se habían perdido y como se habían encontrado.
En tanto, la fe de Eme solo alcanzaba a oír el hilo de viento que Eme le salía de sus pulmones, no podía ver, ni oír y sentía que cada parte de su cuerpo le era ajena, no podía encontrar en qué lugar de todos los que había visitado se había dejado el corazón y la vida, así que se limitó a sentir a Eme, como antes, cuando eran esas niñas solas que buscaban hormigas en el jardín y las atrapaban en una botella creyendo que las salvaban.
Comenzó a recordar su misión y a guardarse poco a poco las ganas de encontrar, esta vez si, una respuesta que ayudara a sostenerlas en este mundo, poco a poco olvidaba las teorías que le pesaban y todas esas letras ajenas que se había aprendido para darle alguna seguridad a Eme, en su sopor silencioso comenzó a buscar entre sus entrañas, remendó algunas viejas historias y les inventó un final a aquellas que no lo tenían.
Buscó un poco más en el fondo y ahí, en un huequito silencioso, encontró a su corazón, desnudo, débil y raspado, juntando torpemente todas las palabras necesarias, buscando a tientas algún trozo perdido para autocompletarse, en ese lugar oscuro y frío que años antes era viento, agua y flores.
Solo entonces la fe de Eme despertó de su sopor y la zarandeó como una de tantas mañanas en las que le avisaba veloz de una nueva partida, pero esta vez para comunicarle que jamás, pero jamás jamás la abandonaría porque ya sabía donde siempre estarían todas las respuestas y señalando entre sus pulmones y costillas, le mostró su corazón.
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