Los devastadores huracanes de Texas, Florida y las islas del Caribe han puesto de manifiesto lo mejor de la naturaleza humana, mientras se siguen recaudando millones de dólares para ayudar a los damnificados, y las primeras personas en responder a la necesidad realizan actos heroicos de singular grandeza.

Al seguir observando los efectos de las inundaciones, mi corazón está con todas esas personas. He visto los efectos de la inundación, pero también he comprobado que la oración es una ayuda eficaz antes, durante y después de una tormenta devastadora. Me viene al pensamiento este versículo de la Biblia: “Vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él” (Isaías 59:19).

Pero, ¿quién es el “enemigo” si la inundación no es un ejército, sino un poderoso torrente de agua? ¿Acaso el enemigo no es solo el agua, sino también el temor, la inquietud, el desaliento y un abrumador sentido de pérdida?

Estos estados mentales negativos representan la sensación de que Dios está ausente y de que nos han dejado solos para enfrentarnos con fuerzas que están más allá de nuestro control. Sin embargo, la Biblia promete: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). ¿Cómo hacemos que esta promesa sea práctica en nuestra vida?

Esta declaración de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, me ha resultado muy útil en tiempos de temor e inquietud: “No existe poder aparte de Dios. La omnipotencia tiene todo el pode...Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 228). La aflicción y la preocupación tratan de persuadirnos de que Dios está ausente o de que no hay Dios, y de que estamos desamparados ante las fuerzas destructivas. Pero reconocer que Dios está presente y tiene todo el poder puede aliviar el temor y el terror, y fortalecernos con sabiduría y valor. Hasta puede subyugar las fuerzas de la naturaleza.

Jesús probó esto. Estando en una barca con sus discípulos en medio de una tempestad, calmó una tormenta simplemente declarando “Calla, enmudece” (Marcos 4:39). Al hacerlo, no solo estaba apaciguando las condiciones del tiempo, sino también disipando el terror que los discípulos sentían. Aunque quizás no tengamos el nivel de confianza en Dios que Jesús tenía, es un hecho espiritual que todos, en todas partes, tenemos realmente a mano la ayuda omnipotente. Esta ayuda puede asumir distintas formas, tales como protección, un rescate o incluso una idea inspirada respecto a cómo contener el agua.

En una ocasión nuestra ciudad fue azotada por una tormenta de lluvia torrencial. En una noche cayeron 432 mm de agua. Cuando desperté a las 2 de la madrugada, el agua había llegado hasta los huecos de las ventanas del sótano y ya estaba ingresando en él. Mientras mi esposa usaba una aspiradora de agua, yo salí a vaciar una y otra vez el agua que se acumulaba en los huecos, y mi hija de ocho años sujetaba un balde debajo de una de las ventanas tratando de recoger el agua que caía. Pero era obvio que estábamos perdiendo la batalla contra la tormenta.

Llamamos a una empresa de extracción de agua y nos dijeron que estábamos en el lugar 200 en la lista de espera, y que seguramente el sótano quedaría arruinado por completo. Acabábamos de remodelar el sótano, convirtiéndolo en un salón de juegos para los niños y una oficina para mí. Yo acababa de cancelar el seguro contra inundaciones porque había aumentado el precio.

Mientras llevaba los libros, las computadoras y los muebles de mi oficina a una de las habitaciones de arriba, abrí Ciencia y Salud y encontré la declaración de Eddy acerca de la omnipotencia de Dios que mencioné más arriba. Repetí la cita en voz alta, reconociendo la totalidad del poder de Dios, el bien, por encima del zumbido de la aspiradora y del sonido del agua que entraba. Era mi oración afirmando la omnipresencia y el poder de Dios.

Al repetir esas declaraciones una y otra vez, comencé a sentir la autoridad espiritual que las sustentaba. En determinado momento la verdad que las respaldaba comenzó a ser más real para mí que el agua que estaba entrando al sótano. Fue en ese momento que el agua dejó de entrar. Aún estaba lloviendo y continuaría lloviendo otras cuatro horas más, pero el agua ya no entraba al sótano. Tuvimos que seguir usando la aspiradora de agua durante muchas horas más, así como ventiladores industriales durante varios días para secarlo, pero no sufrimos ninguna pérdida.

Lo que aprendí de esta experiencia es que ninguno de nosotros puede ser separado del cuidado amoroso de Dios. Aun cuando un desastre natural nos haga perder bienes o, lo que es peor, seres queridos, volverse a Dios en oración humilde puede traernos la fortaleza, la inteligencia y el valor que necesitamos para salir adelante. Esto conduce a la restauración mental y física; no a vivir con el dolor, sino a permitir que Dios lo sane. Al sentir tangiblemente el tierno cuidado del Amor, encontraremos nuevas fuerzas, integridad, sabiduría y perseverancia. Y bajo la dirección de la Mente divina podemos esperar encontrar formas de mejorar la degradación ambiental, tomar decisiones inteligentes y proteger nuestros hogares.

La oración puede ayudarnos a comprender que somos más que meros mortales frágiles atrapados en un desastre; tenemos, en cambio, una naturaleza espiritual por siempre rodeada por la presencia del Amor divino. La oración puede permitirnos percibir el dominio, el equilibrio mental, el valor y la fortaleza que Dios nos ha dado. Esta oración para obtener más comprensión no solo consuela, sino que restaura nuestra plena percepción del bien en nuestra vida.

Thomas Mitchinson es un columnista independiente que escribe sobre la relación entre el pensamiento, la espiritualidad y la salud. Es Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en Illinois, EUA.

Publicado originalmente en Peoria Journal-Star, @pjstar

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