No existen errores, sino “resultados no deseados” que enseñan.
Hace años, un hombre de gran éxito afirmó que para conseguirlo uno debe “duplicar su tasa de errores”. Cuando lo pensé, me di cuenta de que yo me había “equivocado muy poco” en mi vida, demasado poco, apenas había arriesgado; y en consecuencia, mi vida podía calificarse de mediocre. Allí estaba yo cuestionándome, aquel hombre aconsejaba justo lo contrario a lo que aprendí en la escuela, donde me enseñaron a evitar los errores. Desde ese momento me atreví con lo imposible tras declararlo probable y más tarde posible.
Sinónimos de error:
1. Aprendizaje… en curso
2. Oportunidad… para mejorar
3. Corrección… de método
4. Retraso… necesario
5. Prueba… de persistencia Si volviese a empezar, me exigiría a mí mismo “cometer más errores”, esa sería la señal inequívoca de avance en territorios nuevos e inexplorados. Está claro que “cometer más errores” no significa cometer siempre los mismos errores, eso no sería el prólogo del éxito, sino de la estupidez. Equivocarse, sí pero en cosas diferentes y con el objetivo de aprender. Así que decidí firmemente “duplicar mi tasa de errores” para duplicar mi tasa de éxito. En realidad, nada hace fracasar tanto como el éxito.
Al éxito se llega después de obtener algunos resultados que algunos llaman injustamente fracasos.
Siempre puedes lamentarte porque tu pasado no resultó un poco mejor; pero en ningún caso, es posible cambiarlo. Tal vez cometiste errores, o mejor dicho: “resultados” mejorables. En realidad, nunca fuiste imperfecto. Te invito, en esta lectura, a declararte perfecto -aún sino conoces el aspecto de la perfección- y se excluirán todas tus supuestas imperfecciones. Cada “resultado” lleva adherida una oportunidad de transformación. Celebra pues el proceso de aprendizaje llamado “prueba-error” como un medio para la elevación de tu conciencia y no como el fastidioso juego de los castigos. No necesitas no equivocarte nunca más, pero sí aprender a corregirte cada vez que eso ocurra. Entrega tus supuestos errores y renuncia al insano hábito de conservarlos.
Batería de preguntas para desarticular el miedo al error:
o ¿Hasta qué punto estás dispuesto a cometer errores?
o ¿En qué medida te importa la opinión de los demás?
o ¿Qué es lo peor que puede ocurrir si fallas en el primer intento?
o ¿Qué ocurrirá –o no ocurrirá- si no lo intentas?
o ¿Cómo resolvieron otros antes de ti tus mismos errores? Es probable que en tu vida cometas errores, dudes, seas criticada o incomprendida, y te sientas vulnerable. Es completamente normal y forma parte del proceso. Los errores hacen caer tus corazas, expanden tus límites, ¡son tu práctica espiritual! No eres perfecta y también es cierto que nadie conocerá el día de la perfección en vida. ¡Qué democrática es la imperfección! Nadie es perfecto -o todos somos imperfectos-. La psicología lo tiene claro y califica la necesidad de perfección como “trastorno mental transitorio”. En la vida, lo que uno desea unas veces se consigue a la primera y otras no; y en ambos casos, casi nunca pasa nada de mayor importancia. Yo mismo he cosechado más “resultados no deseados” de los que me gustaría admitir. Son lo normal cuando se actúa. Son parte del lote.
Nadie se equivoca tanto como quien no lo intenta nunca. A fin de cuentas, dentro de unos años, ¿alguien va a acordarse de los pequeños errores de hoy? Claro que no. En ese caso, tampoco deberías preocuparte ahora. Cada vez que declares una culpa, un fallo, un error, tuya o de los demás, ten presente que la vida nunca os juzgó. Si quieres honrarte, deshazte de todo lo que te hace sentir imperfecta; recuerda que si respondes a la culpa y la imperfección, estropeas tu inocencia esencial innata.
Fracasar no es lo mismo que fallar, fracasar es no intentarlo o abandonar tar la primera intentona. El fracaso, en realidad, acontece cuando: • Te enamoras de tu éxito
• Dejas de mejorar • Te anestesias con el elogio
• Juegas a la defensiva
• Proteges tu éxito
• Dejas de asumir riesgos
• Tratas de defender una reputación
• Te duermes en los laureles Un “error” es una respuesta correcta a una pregunta equivocada. Y nos “extraviamos” cuando el sentido de la dirección es inoportuno para nuestro proceso de aprendizaje. Entonces, la vida nos lo hace notar -para que corrijamos- mostrándonos un “resultado mejorable” -llamado comúnmente “error”- y acto seguido nos concede una oportunidad para corregirlo de inmediato.
Un error solo lo es cuando lo cometas dos o más veces.
A lo largo de la vida, todos hemos cometido “errores” porque nos hacían falta para seguir avanzando. Personalmente hoy me alegro por haber cometido mi cuota de “resultados mejorables” por lo mucho que me han ayudado a ser alguien mejor. Gracias a esta perspectiva compasiva me libro de la carga de la culpa por lo que hice, o dejé de hacer en el pasado, y del temor a repetirlo en el futuro. Siento que ya es hora de aprender que no existen “errores” ni “fracasos”. Tan sólo existen “resultados mejorables” en un caso, y “abandonos prematuros” en el otro. Un “error” no supone una negación, sino más bien un resultado que lleva adherida la información necesaria para el siguiente intento.
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