Para mí guerrera …
Octubre el mes de la lucha contra el cáncer de mama, el mes rosa y paradójicamente hace 4 años ese rosa paso por todas sus tonalidades hasta ponerse gris. Mi corazón se deshizo, jamás había experimentado tanto dolor, de ese dolor que no solo apuñala tu alma también tu cuerpo, te duelen las piernas y el estomago, te sacude el piso y súplicas despertar de la pesadilla y en menos de un segundo te das cuenta que es real. Te niegas a aceptarlo. Gritas, lloras, cuestionas a Dios y en pocas horas ese dolor te hace tomar un avión y correr al mejor lugar, con tu madre.
Pero ahora tus brazos son los que la rodean, los que la acunan. No hay mucho que decir el diagnóstico está dado; cáncer de mama.
Tu madre, los senos que fueron tu alimento que estuvieron llenos de vida ahora están enfermos y lo único que quieres es despertar, que ella te diga que todo estará bien pero es tu turno; “vamos a salir victoriosas” fue lo primero que dije. La conozco sabia de lo que era capaz.
Creímos que el cáncer estaba muy lejos de nosotros pero ese día se hizo presente, tan crudo y cruel como suele ser. Ahí estaba y no había más que luchar, batalla por batalla.
Fue duro y doloroso el camino, soy incapaz de describirlo o compararlo con algo. Ahí estuve a su lado peleando con la distancia, no quería separarme. Tenía miedo pero debía ser fuerte por ella y para ella.
El día posterior a su primer cirugía yo estuve ahí, fui testigo de cómo su mundo se desmoronó y como su mirada desencajada se perdía mirando su nuevo cuerpo. Sostuve su cuerpo e intente sostener su alma. “Somos más que una teta”, dijimos, ella es más grande que eso.
Después vino la calma, el proceso de aceptar la nueva realidad, hacer del cáncer un inquilino desagradable que un día tenia que partir, y así fue. Ahora vivimos con eso y hemos aprendido a reconciliarnos con la vida, a agradecer la existencia de mi madre, sus palabras, su presencia, su esencia y su fuerza.
Conocimos gente valiosa en el camino, grandes guerreras de las que aprendimos mucho, conocí también guerreras que perdieron la batalla pero que dejaron un huella en sus hijas, en su gente.
Mi madre me ha enseñado mucho, ahora la entiendo más. Le debo tanto que no encuentro modo de agradecerle. Me enseñó a amar a los hijos sobre todas las cosas, a perdonarlos cuando algo sale mal, a amar a tu pareja más allá de sus defectos, a ser el equilibrio y pilar de un hogar, ahora en este capítulo tan doloroso y revelador me enseñó que es una mujer completa más allá de una teta, que es una mujer fuerte y poderosa.
Hasta ahora no he conocido dolor tan grande pero de ese dolor aprendí tanto que hoy vivo agradecida con la vida por qué me ha dado una nueva oportunidad. La oportunidad de que me guíe en mi maternidad, la oportunidad de verla, reír, abrazar y jugar con sus nietos. Las heridas han ido sanando, dejaron cicatrices que nos recuerdan día día la batalla que hemos ganado.
Gloria, no hay mejor nombre para mi bella guerrera. Conocimos la gloria después de este episodio.
Hoy la abrazo aquí en la tierra y no hay mayor placer que poder hacerlo así, en vida.
SALIMOS VICTORIOSAS!
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