Conforme pasa el tiempo, voy reconociendo y aprendiendo que hay ocasiones en las que es mejor guardar silencio ante ciertas situaciones o circunstancias en las que nuestras palabras pueden herir a las personas que queremos y que nos importan.

De la misma manera estoy convencida de que hay asuntos que jamás deben callarse y que deberían ser temas de importancia general, por ejemplo la inequidad que sigue existiendo entre hombres y mujeres.

Sí, señoras y señores, aunque piensen que el machismo no existe, que el mundo ha cambiando y que las mujeres ya no tenemos de qué quejarnos, les tengo noticias: el machismo existe, ahora también se dice misoginia; en efecto, el mundo ha cambiado pero no siempre en beneficio de nosotras, y sí hay muchas razones por las que debemos quejarnos.

No voy hablar de los casos emblemáticos de desigualdad ni de los (tristemente) constantes ejemplos de maltrato e injusticia que salen en los medios de comunicación. Tampoco de las mujeres que viven en pobreza o de las que no tienen acceso a educación. No. Quiero hablar de esas situaciones cotidianas, apenas imperceptibles, que se viven diario en muchas casas, en eso que gustan llamar ambito privado, o sea, de puertas para adentro.

Por ejemplo, en el mundo laboral en el que hoy, en pleno siglo XXI, hay cientos de casos en que una mujer gana menos salario que un hombre aunque realice el mismo trabajo. Me pasó y me sigue pasando. Le pasa a muchas mujeres profesionistas, profesionales, instruidas, universitarias, científicas, etcétera, la desigualdad de género no distingue clases sociales.

Un ejemplo más reciente fue hace poco en una entrevista laboral, los primeros cinco minutos la conversación giró en torno a mis hij@s, a qué tan contenta estaba con mi vida de mamá, a que si estaba segura de querer un trabajo de 15 a 18 horas diarias. En cambio a mi marido, en sus últimas entrevistas ¡jamás le ha pasado lo mismo! Si acaso un: “¿Cómo está tu familia?” Y a lo que sigue.

Me refiero a que, en general, la gente jamás cuestiona a un hombre sobre su retorno laboral después de tener un hijo, o dos, o tres, o los que sean. Hay una cultura que asume, incluso, que los papás mueren por volver al trabajo en lugar de disfrutar a sus criaturas recién nacidas.

Me refiero también a lo que viven muchas mamás que trabajan en oficina o tienen empleos remunerados fuera de casa, y que de igual forma son las únicas que se ocupan de los cuidados y/o crisis de l@s hij@s.

Tengo amigas que trabajan fuera de casa, al igual que los papás de sus criaturas, y cuando la niña o el niño enferman, sonellas las que tienen que pedir permisos, y de ser necesario, faltar al trabajo; las que llevan a los críos al pediatra y así. Son poquísimos los casos, y la verdad es que no conozco ninguno de cerca, en que sea el papá quien desempeñe el trabajo de cuidador.

Y para no quedarme con las ganas les cuento sobre las mamás que nos quedamos en casa a cuidar a los hijos pero acabamos haciendo y resolviendo una serie cosas y circunstancias que encima de todo pasan desapercibidas.

Empezamos por el mantenimiento del hogar: el trabajo doméstico de limpiar y ordenar; si llegamos a ser muy afortunadas las que tenemos ayuda doméstica nos encargamos del reclutamiento y capacitación de nuestras asistentes, los hombres casados o emparejados jamás entrevistan a las personas que limpian su casa y hacen la comida, nunca dan instrucciones sobre cómo usar la lavadora, dónde encontrar los artículos de limpieza, mucho menos de dónde van los calcetines de uno, los calzones de las niñas ni las pijamas del niño.

Las mamás que nos quedamos en casa también somos gerentes de administración, adquisiciones y compras: subir con la vecina del 13 a pagar el mantenimiento; llamar al agua para que surtan de garrafones; telefonear al plomero/electricista/carpintero/ para ajustar/cambiar/reparar y lo que surja en el camino.

En este rubro está también la adquisición de alimentos, los menús semanales de desayuno, comida y cena, que por supuesto deben ser sanos, equilibrados y que gusten a todos los integrantes de la famila; pagar servicios y colegiaturas, da igual si es en el banco, en la escuela o por transferencia bancaria; de una u otra forma es nuestra responsabilidad que eso se resuelva.

Se me están olvidando muchos casos, situaciones diarias que como han funcionado así desde siempre creemos que así es como debe ser, pero en realidad son desigualdades, aunque muchos y muchas no lo quieran reconocer; a todo lo que acabo de enumerar se le llama trabajo no remunerado, porque son labores que de una u otra forma generan una ganancia social.

Para quienes a estas alturas sigan leyendo mi post, les cuento que ni estoy exagerando ni me estoy inventando nada. Hace como 10 meses y nuevamente en marzo pasado, la plataforma de blogueras Mujeres Construyendo, en conjunto con ONU Mujeres México, realizaron un par de talleres sobre estos y varios otros temas de cómo es la situación de millones de mujeres en nuestro país.

Resulta muy impactante entender que además de los casos de violencia y desigualdad extremos hay otro tipo de inequidad, de desventaja. Algo que se teje más fino, eso que está tan enraizado en nuestra cotidianidad que ya ni lo notamos, o sí, pero “pues qué le hacemos, así es la vida”; ni hablar de quejarnos o pedir que se cambien esos patrones, a riesgo de parecer argüenderas o pederas, para dejarlo clarito. Pero con la pena, eso se llama desigualdad.

En estos encuentros, Claudia Calvin, directora de Mujeres Construyendo y Ana Güemez, directora de ONU Mujeres, sección México, explicaron la importancia de hablar de estos temas, de ponerlos sobre la mesa y hacer notar que ni es normal, ni está bien y sí pasa mucho.

Las mujeres hacemos muchas labores en favor de un bien común que se llama sociedad, pero eso parece no importarle a nadie, a veces ni a las propias mujeres.

Sí, ya sé que me fui de puritito hocico y como hilo de media, que muchas y muchos han de pensar que ya estoy haciendo “drama y quejándome” y justamente esta actitud de negación de los roles establecidos profundiza la desigualdad, porque entonces las mujeres nos quedamos calladas porque nos han dicho que nos vemos más bonitas con la boca cerrada, porque “a ningún hombre le gustan mujeres quejosas”, porque “siempre ha sido y no vamos a cambiarlos”, pero ni modo, mientras estas cosas sucedan por más discretas, sutil y privadas que sean yo seguiré abriendo mi bocota.

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