Crónica de una muerte anunciada ha sido, quizá, uno de los libros más tediosos que he leído en mi vida. Pero ahora, con los días pesando distinto sobre mi espalda, creo que entiendo por qué. Tal vez no era el libro el que me cansaba, sino la verdad que contenía: esa sensación de estar viendo venir lo inevitable, sin poder hacer nada para cambiarlo.

Estos últimos días he sentido que camino dentro de sus páginas, pero en una versión íntima y doliente: la crónica de una ruptura anunciada. Como si todo estuviera escrito antes de suceder, como si los suspiros, las discusiones, los silencios, fueran sólo capítulos de un destino que ya conocía su final.

Y es que tener amigas brujas no ayuda mucho en estos casos. Aparecen como moiras, hilando el destino con manos suaves y ojos que saben demasiado. Te advierten entre risas y oráculos disfrazados de consejos, te muestran señales que preferirías ignorar… pero ahí están, tejiendo la trama que ya no puedes desandar.

A veces pienso que lo tedioso no era el relato de García Márquez, sino la impotencia de presenciar una historia sabiendo que no hay escapatoria posible. Que todo lo que viene ya estaba dicho, que el corazón insiste en repetir lo que el alma ya entendió.

Y aquí estoy, atrapada entre el presagio y la despedida, viendo cómo se cumplen las profecías, una a una, mientras el amor se deshace en las manos como el hilo de las moiras cuando cortan el último tramo del destino.

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