Hoy se cumplen 195 años del nacimiento de una mujer que, sin pretenderlo, fue indispensable en la lucha por la emancipación de las mujeres en España.
"La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano".
Nacida mujer en una época adversa para su género, Concepción Arenal supo enfrentarse con valor a la sociedad de su tiempo, convirtiendo la reivindicación de la capacidad intelectual de la mujer y su derecho a una educación igual a la del hombre en una lucha sin tregua, lo que hizo de su vida una auténtica cruzada feminista. El único "pero" que se le puede poner a sus planteamientos, sin empañar su importante papel en pro de la emancipación de la mujer, es que jamás cuestionó los roles sexuales establecidos. Pero, aún así, podemos decir que Concepción Arenal es uno de los nombres propios del feminismo en España, y una de las primeras mujeres que dedicó su vida a defender los derechos de los grupos sociales más desfavorecidos y marginados, y entre ellos los de las mujeres, a las que consideró como ser humano marginado a quien hay que ayudar, estimular y respetar, pero no con sentimientos paternalistas de galanteo y protección, sino educándolas en la dignidad de su propia condición. Y lo hizo escribiendo textos cercanos, escribiendo para que la leyeran, para que la entendieran, para que sus lectores participaran en sus ideales.
Concepción Arenal Ponte vio la luz un 31 de enero de 1820, en El Ferrol (A Coruña), en el seno de una familia acomodada y de convicciones liberales. Su madre, María Concepción de Ponte, era descendiente de una familia noble, hermana del conde de Vigo. Su padre, Ángel del Arenal, sargento del ejército, era un firme defensor del liberalismo, que sería encarcelado en varias ocasiones por enfrentarse a la monarquía absoluta de Fernando VII, lo que le condenaría a una muerte prematura; dejando a Concepción huérfana de padre a la temprana edad de 8 años. Fuertemente influenciada por la ideología paterna, Concepción creció convencida de que debía defender sus convicciones personales y luchar por sus ideales, actuando en consecuencia.
Tras fallecer su padre, Concepción es ingresada en un colegio religioso, por deseo expreso de su madre, en el aprendería cómo comportarse en sociedad. El programa de estudios no está a la altura de las inquietudes intelectuales de la futura penalista. Porque Concepción tenía las ideas muy claras, era mujer pero no tonta y, por encima de todo, deseaba cursar estudios superiores, pretensión inaudita en una mujer de la época. Su madre reprobaba su decisión, pero el destino jugó sus cartas y, tras el fallecimiento de su abuela, cuando la futura penalista contaba exactamente 21 años, falló en su favor, ya que la herencia familiar recayó sobre ella. Concepción toma la alternativa. Decidida a asistir a la universidad, aun cuando el acceso a las aulas universitarias estaba vedado a las mujeres, no duda en travestirse: vestida de varón, acude a las clases de Derecho Penal y Jurídico. La suerte estaba echada.
En aquel recinto conoce al que será su esposo, Fernando García Carrasco. El 10 de abril de 1848 contraen matrimonio. Quince años les separan, pero la simbiosis es perfecta. Su marido es un hombre avanzado para la época y, contemplando a su esposa como un igual, alienta sus inquietudes feministas, animándole a acudir junto a él a tertulias literarias, aun cuando para ello Concepción debiera continuar vistiendo ropa masculina.
El matrimonio tiene tres hijos, de los que sólo sobreviven dos, Fernando, el primogénito, le permitirá participar en concursos literarios al "prestarle su firma", en aquellas condiciones en las que una mujer se hallaba "fuera de juego".
La 'carrera profesional' de Concepción se decantará por la literatura: escribe poesía, teatro, zarzuela y novela, y sus Fábulas en verso (1851) serán declaradas lectura obligatoria en enseñanza primaria. Cuatro años después, el matrimonio García Arenal empieza a colaborar en el diario La Iberia pero cuando Fernando, gravemente enfermo, no puede escribir sus artículos, es ella quien los redacta. Y al morir éste, ella se hace cargo de los mismos sin firmarlos, momento en que los honorarios se reducen a la mitad. En 1857 Concepción se ve obligada a dejar de firmar: la Ley de Imprenta impone la obligación de firmar los artículos versados en política, filosofía y religión. Mes y medio después, la publicación anuncia su cese como redactora.
A este hecho suceden otros tantos que contribuyen a que Concepción tome conciencia de su condición de inferioridad como mujer. Es entonces cuando se dispara su creatividad literaria, sus múltiples ensayos en los que defiende sus creencias morales y feministas. A raíz de las que el 4 de abril de 1864, a instancias de la reina Isabel II, el ministro de Gobernación, Florentino Rodríguez Vaamonde, la nombra Visitadora de Prisiones de Mujeres. Concepción tiene 44 años.
"Abrid escuelas y se cerrarán cárceles".
Tres años después publica su primera obra feminista, La mujer del porvenir, redactada en 1861. En ella, intenta rebatir la inferioridad fisiológica de la mujer determinada por el doctor Gall y demostrar la superioridad moral de la mujer.
Tras la Revolución del 68, el gobierno provisional presidido por Serrano la nombra Inspectora de Casas de Corrección de Mujeres, cargo que desempeña hasta 1873.
En 1890, afincada en Vigo, recibe la noticia de la defensa de su candidatura para ocupar la vacante en la Real Academia por parte de su paisana Emilia Pardo Bazán.
Dos años después, con la salud deteriorada, la ya famosa penalista, con obras que han adquirido eco en toda Europa como La instrucción del pueblo o Ensayo sobre el derecho de gentes, fallece víctima de un catarro bronquial crónico, cuatro días después de cumplir 73 años.
"Odia al delito y compadece al delincuente". Esta máxima ocupó las paredes de las prisiones españolas durante décadas. Su autora: Concepción Arenal, la visitadora de prisiones.
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