Ya tengo un tiempo de andar reuniendo apuntes, notas, mensajes. Escritas en mil y un papeles: en  libretas, libretitas, cuadernos, agendas y más. Todo esto acumulado, claro, a lo largo de los años.

            Algo curioso he notado. No tengo nada personal escrito, nada de mis pensares y sentires, -como dice una de mis hijas- cuando mis cuatro primeros hijos, que fueron tan seguidos, eran pequeños.  En lo que escribí y escribí fue en sus records médicos.  El pediatra que  vió a la primera, me sugirió la conveniencia de abrir una libreta y anotar todo: consultas, recetas, reacciones, malestares, mal ó bien comer, mal ó bien dormir, temperaturas, peso, crecimiento, en fín, todo.

            Como madre primeriza, inexperta y joven fui demasiado cumplida en el cometido, ya con los restantes tres hijos fuí más selectiva y concisa en mis comentarios; pero esta práctica fue productiva en enseñanzas y en constancias.

            Y caigo en cuenta que no es curioso sino lógico, que no tuviera tiempo para nada más que para ver crecer, sanos y felices a mis pequeños.

            De las últimas dos niñas, las libretas fueron lacónicas al grado máximo. Creo que los pensares y sentires fueron más poderosos y fuertes.

            En momentos me pregunto ¿para qué quiero volver a leer algo que escribí en un momento dado?. Con tristeza veo que son más los momentos tristes, llenos de pesar los que dejé ahí marcados.  También he tenido grandes momentos de gusto, de alegría, de contento y son pocos los comentarios que he hecho sobre ellos. ¿Será un producto de nuestra naturaleza, el magnificar las penas y minimizar las alegrías?. ¿O será nuestra falta de visualización, de congruencia en el vivir?.