25 de noviembre. Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Un día que el Estado mexicano suele conmemorar con discursos solemnes, listones naranja y, este año, con vallas y piedras. Sí, piedras gigantes colocadas encima de las barricadas metálicas que rodean Palacio Nacional, como si las mujeres que marchamos este día fuéramos una invasión inminente.
La imagen es tan transparente, tan torpe y tan reveladora, que casi agradezco la sinceridad institucional: no hay miedo más grande para el poder que las mujeres organizadas.
Porque, ¿cuál es exactamente la amenaza? ¿Quién les enseñó que una mujer con pañuelo morado y un moño naranja representa más riesgo que un feminicida? ¿Quién dictó que nuestras consignas son más peligrosas que los números rojos que ellos mismos producen y toleran?
La violencia institucional también se mide en símbolos y este 25N el Estado decidió mostrarnos el suyo: ustedes marchan porque tienen miedo, nosotros colocamos piedras porque les tenemos miedo a ustedes.
Es imposible no nombrar la incongruencia perfecta del 25N: conmemorar mientras se reprime. La contradicción no es casual: es estructural. Viene de un Estado que históricamente ha respondido a las violencias contra las mujeres con omisión, con desdén y, últimamente, con burlas públicas, recortes presupuestales y “otros datos”.
México representa el 22 % de los feminicidios de América Latina y el Caribe. Los feminicidios en México durante el 2024 mostraron una disminución respecto al 2020 con 1.3 casos por cada 100 mil mujeres, sin embargo, aún sobrepasaron a las incidencias de 2015. Estamos hablando de mujeres que son asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.
Aún así, la prioridad del gobierno este 25N fue asegurar vallas sobre piedras.
También es estructural la disminución de recursos para programas de igualdad. En 2024 el presupuesto para la igualdad se redujo en 65 %. (Si, leyó usted bien, 65 %.) El presupuesto del Anexo 13 del Presupuesto de Egresos de la Federación que está destinado a reducir las brechas de desigualdad de género, a garantizar la salud sexual y reproductiva de mujeres, entre otras cosas, tuvo un aumento, pero la mayor parte del monto está destinado a los programas de la Secretaría del Bienestar. Dicho en otras palabras, destinado a los programas político-electorales “de bienestar” del gobierno, no para el fin para el que dicho anexo fue creado.
Cuando el recurso público para proteger a las mujeres disminuye y el blindaje policial para contenerlas aumenta, el mensaje es claro: su seguridad importa menos que nuestra incomodidad.
No es sólo México: es la historia completa del miedo al poder de las mujeres. El Estado mexicano no inauguró el pánico hacia las mujeres que exigen justicia: solo lo actualiza con cemento y barandales. A lo largo de la historia, cada vez que las mujeres hemos alzado la voz, el poder ha respondido con castigo.
En la Europa medieval, cientos de miles de mujeres fueron perseguidas, torturadas y quemadas por “brujas”. Traducido al lenguaje contemporáneo: mujeres que sabían demasiado, que desobedecían demasiado, que hablaban demasiado.
En los siglos XIX y XX, las mujeres que reclamaron derechos políticos fueron ridiculizadas como histéricas, radicales, destruye-familias o antisistema. De esto no se salvó gobierno alguno: los de “izquierda” y los de “derecha” lo hicieron.
En distintos países hoy, las defensoras de derechos humanos enfrentan amenazas, asesinatos o exilio forzado por denunciar a gobiernos autoritarios.
La respuesta desde el poder es siempre la misma: convertir a la mujer que habla en una mujer peligrosa.
México no es la excepción. Recordemos cuando se dijo el sexenio pasado que las protestas feministas estaban infiltradas, que eran ataques financiados por la derecha y los detractores de la “transformación” para dañar al gobierno. Nada nuevo. La narrativa de la sospecha es el instrumento más viejo del patriarcado político. Si el argumento suena absurdo es porque lo es, pero también porque funciona. Deslegitimar es más fácil que escuchar
Los datos son claros:
Aún así, se insiste en que la violencia es inventada por los medios, que las feministas “exageran”, que las marchas “generan caos”. Caos es la vida cotidiana de millones de mujeres. El Estado solo teme verse obligado a reconocerlo.
Volvamos a la escena del Zócalo. A las piedras. A esa acumulación grotesca de objetos pesados colocados para fortalecer las barricadas, como si así pudieran contener la exigencia de justicia.
Es también la metáfora perfecta del sexenio: un gobierno que se protege del reclamo de las mujeres mientras es incapaz de proteger a las mujeres del crimen, de la violencia y de la impunidad.
Porque no es miedo a la vandalización. Es miedo al mensaje.
No es miedo al graffiti. Es miedo al reclamo.
No es miedo a la marcha. Es miedo a la verdad.
Cuando las mujeres ocupan el espacio público, el poder siente que pierde el control simbólico del país. Y tiene razón. Porque lo pierde.
Quien entiende la democracia sabe que las mujeres no somos la amenaza, somos la posibilidad. Hay evidencia histórica e internacional que demuestra que los movimientos feministas tienen impacto real: posibilitan la reducción de la violencia, detonan cambios legislativos a favor de la igualdad y la paridad, impulsan la rendición de cuentas, fortalecen el diálogo.
Dicho de otra forma: lo que realmente da estabilidad a un país no es callar a las mujeres, sino escucharlas. Por eso, lo más peligroso para un sistema que se beneficia del silencio es una mujer que habla. Lo más transformador para un país que quiere justicia es una mujer que habla acompañada de miles.
Este 25N, mientras las piedras hacen guardia junto con las vallas y protegen a un poder que utiliza el feminismo cuando es conveniente en el discurso pero en los hechos demuestra su desdén, la realidad de las asesinadas, desaparecidas y violentadas pesa más.
La pregunta no es por qué las mujeres marchamos. La pregunta es por qué el Estado sigue respondiendo con miedo e ignorando estas voces. Porque un gobierno que le teme a la mitad de su población no solo es injusto: es débil.
Nosotras seguiremos marchando. Porque no somos la amenaza: somos la memoria. Somos la democracia en movimiento. Somos y seguiremos siendo, la voz que no lograron quemar, silenciar ni encerrar.
Ni siquiera con piedras.
Publicado originalmente en Animal Político el 26 de noviembre
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