Septiembre 19, otra vez la tierra se encargó de decirnos que no somos nada, que la madre naturaleza es superior a nosotros, a nuestra tecnología, a nuestra soberbia y a nuestro afán de controlarlo todo.

Grave error que costó cientos de vidas, miles de afectados, millones de lágrimas.

No importó la posición social, el dinero, la fama ni el género, todos lo sufrimos, en mayor o menor medida, pero nos ha afectado.

A partir de entonces, y como hace 32 años, nos sentimos como si fuéramos nada.

Pero con eso a cuestas salimos a la calle, nos reunimos al rededor de pilas de escombros, transportamos víveres y provisiones, contamos ayuda, catalogamos artículos, armamos despensas, distribuimos ayuda y comida, consolamos personas y alimentamos mascotas, todo sin saber para quien.

Nuevamente fuimos menospreciadas por la fuerza física, pero fuimos reconocidas por la moral.

Sabedoras de nuestra desventaja acudimos a nuestras virtudes, a la organización, al esmero y al sentimiento.

En breves instantes nos percatamos de que nuestra capacidad de carga no era lo suficientemente buena para aguantar mucho pasando cubetas llenas de escombros, rompiendo lozas de concreto o escarbando agujeros. Pero si nos dio tiempo de usar nuestra mente, de dejar aflorar ese instinto maternal que protege a nuestro entorno y que dicta que había que ayudar a los vivos, a los que podían hacer la diferencia por la fuerza, a los que quedarían después con muy poco o sin nada, y ahí fue que armamos albergues, recolectamos víveres, canalizamos ayuda, organizamos a nuestra manera las cosas; todo sin dejar de evidenciar los errores, de cuestionar la inacción del gobierno, de mover a la sociedad.

Claro que hubieron quienes trabajaron hasta el límite de sus fuerzas físicas, y que hubo hombres a nuestro lado en lo que hicimos, porque este desastre nos exigía la igualdad de género y la unidad de humanidad.

También contribuimos a la desinformación propagando información falsa en las redes sociales, pero no fue premeditado, queríamos ayudar y eso nos motivaba.

Entendimos a quienes perdieron un hijo, un padre, un familiar o un amigo, y lloramos por ellos, sin importar nada, muchas veces sin saber lo que es tener uno nuestro en desgracia, pero lo hicimos, compartimos el sufrimiento y tratamos de ser apoyo, si lo logramos o no, eso solamente lo sabrán los que estuvieron con nosotros.

Y ahora, a unos días de la tragedia, nos podemos dar cuenta que somos iguales, hombres y mujeres, ricos y pobres, provincianos y capitalinos, todos sufrimos, todos ayudamos, todos sentimos, y sobre todo, todos perdimos.

Falta mucho por hacer, la recuperación está lejos, costará tiempo y dinero llevarla adelante, pero ahí estaremos, como siempre, unos al lado de otros sin importar nada, sin esperar reconocimiento, en el anonimato, desde nuestra trinchera, buscando un futuro para todos.

Es tiempo de dejar a un lado las diferencias, de dejar de quejarnos, de trabajar juntos, de pensar en los demás, de seguir adelante. Ya en el futuro habrá que enarbolar nuevamente la bandera de la igualdad, del reconocimiento y las oportunidades, hoy es tiempo de trabajar por México, por el futuro y el porvenir, hoy es tiempo de emergencia, de olvidar las diferencias y agradecer las coincidencias, hoy es nuestra oportunidad de marcar la diferencia, de apuntalar las estructuras dañadas, de tirar lo que no nos sirve, de construir con cimientos nuevos, de crear el futuro.

Mujeres y hombres juntos, sin distinción, México nos requiere, nos está llamando y nos da la oportunidad de construir el futuro. Únanse, desde donde estén, cualquiera que sea su circunstancia, hagan el esfuerzo, den un poco más, sobrepónganse al castigo, esto no ha acabado, faltan muchas batallas que pelear, pero hoy más que nunca, seamos Mujeres Construyendo, pero no solas, con Hombres Construyendo también. El futuro es nuestro, no será fácil ganarlo, pero si no comenzamos lo más pronto posible, no lo alcanzaremos.

Para concluir, dos estrofas del poema de Ricardo López Méndez México, creo en ti!

México creo en ti,

Como en el vértice de un juramento,

Tú hueles a tragedia, tierra mía,

Y sin embargo, ríes demasiado,

A caso porque sabes que la risa

Es la envoltura de un dolor callado.

...

México, creo en ti,

Porque escribes tu nombre con la X

Que algo tiene de cruz y de calvario;

Porque el águila brava de tu escudo

Se divierte jugando a los volados;

Con la vida y, a veces, con la muerte.

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