De acuerdo con la UNESCO, 17 por ciento de niñas, niños y jóvenes (258 millones) no asisten a la escuela

Son nuestras diferencias las que nos hacen seres únicos, y aunque nuestra diversidad es un factor que nos enriquece y que favorece el progreso y dinamismo de las sociedades, también ha propiciado discriminación y conflictos sociales.

En este mes del Día Internacional de la Educación —a conmemorarse el 24 de enero—, en un contexto en el que la pandemia ha acentuado las desigualdades y puesto en jaque a los modelos educativos tradicionales, no podemos minimizar en el debate público la relevancia de apostar, como país, a una formación innovadora y de calidad, que alcance a todas las personas; pues es un eje esencial para el desarrollo y para la construcción de paz.

Una buena educación tiene un efecto igualador y genera cohesión social, porque brinda oportunidades de movilidad socioeconómica, contribuye a cerrar brechas, reduce condiciones de pobreza, e incentiva la participación; lo que, a su vez, promueve entornos democráticos.

Según el estudio de 2017 Reducir la pobreza en el mundo gracias a la enseñanza primaria y secundaria universal, de la UNESCO, si todas las personas adultas concluyeran estos niveles educativos, 420 millones de individuos podrían salir de la miseria, con lo cual se reduciría 55 por ciento la tasa global de esta condición.

Desafortunadamente, el Informe de seguimiento a la educación en el mundo 2020 de este mismo organismo, muestra que 17 por ciento de las niñas, niños y jóvenes (258 millones) no asisten a la escuela; y que las probabilidades de su exclusión formativa aumentan por la precariedad en la que viven, la lengua que hablan, su género, su origen étnico, o lugar en que residen.

De acuerdo con este reporte, en todas las regiones del mundo, salvo Europa y América del Norte, las y los adolescentes de familias con mayores ingresos tenían tres veces más probabilidades de terminar la secundaria que quienes provenían de hogares marginales.

Para enfrentar la crisis en la que estamos y evitar mayores retrocesos, es fundamental no regatear recursos para los centros e instituciones pedagógicas; garantizar una educación inclusiva; adaptar los sistemas, políticas y programas formativos para que responda a los retos actuales con estándares competitivos de preparación, creatividad e innovación.

Como dijo Audrey Azoulay, directora de la UNESCO, “la educación es, a medio y largo plazo, el medio más eficaz para reducir la pobreza y la desigualdad, y fomentar la inclusión social”. Enseñar en y para la igualdad no implica sólo asegurar el acceso a este derecho, sino también que existan espacios de aprendizaje de calidad que reconozcan y aprovechen la diversidad de las personas estudiantes para que desdoblen su potencial, respetando su dignidad para que puedan añadir valor social.


Fuente:

"Educación inclusiva: enseñar en y para la igualdad", columna invitada, El Heraldo de México, 18 de enero de 2022, disponible en: https://heraldodemexico.com.mx/opinion/2022/1/18/educacion-inclusiv...

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