Mi despertador empezó a sonar a las 7:20 y al sentarme de sopetón en la cama me di cuenta de que estaba muy mareada. Si que había sido repentino el despertar y nunca me había dado vueltas la cabeza de esa forma. Al abrir los ojos me di cuenta de que no era sólo la sensación lo que me hacía sentir así, literalmente, todo se estaba moviendo. La lámpara giraba, los libros saltaban sobre las repisas y el edificio hacía un ruido que no conocía; como si sus entrañas rugieran. Salté de la cama y saqué a mi perro del patio interno en donde dormía. Dopy corría detrás de mi mientras yo, aún sigo sin entender porqué, trataba de detener las lámparas de toda la casa que se oscilaban girando y parecía que iban a caerse. Estaba adormilada y los hechos se sucedieron como si fueran un sueño.
Un temblor más, de los muchos que hay en la ciudad de México, pensé. Tuve tiempo de meterme a bañar, había agua y la luz no se había ido. Salí un poco después rumbo a mi oficina y me encontré con la sorpresa en el camino de que el tráfico estaba extraño. A la oficina nos presentamos un par de personas a trabajar y ahí me enteré de que ese fuerte temblor había sido un terremoto. Nos dijeron que regresásemos a casa y fue lo que hice; esta vez con mucho tráfico y dificultad.
Los hechos los recuerdo como en cámara lenta. Mis hermanas llamando a casa para saber si estaba bien. ¿Mi madre, se habría enterado? Ella había salido rumbo a Francia un día antes para ver a mi hermana Teresa que vivía allá. En el aeropuerto me había dicho que no quería irse pues presentía que algo iba a pasar. ¿Mi abuelita? Ella vivía en la Colonia Roma, una de las más afectadas en la ciudad; el edificio de la esquina se había desmoronado frente a los ojos de los vecinos y no se podía acceder a la zona por las fugas de gas y el peligro de que todo estallara en llamas con la ignición de los vehículos.
Silencio, silencio mortal en las calles. Recuerdo escuchar el viento e imaginar que ese sería el característico sonido de Comala. Así debió imaginarlo Juan Rulfo al escribir Pedro Páramo. A lo lejos se escuchaban ambulancias. Todas las estaciones en cadena nacional, transmitiendo los hechos, ayudando a localizar personas, comunicando. No podía salir información de la ciudad; nadie en el exterior sabía lo que había sucedido. Fueron los aficionados de la radio de onda corta quienes pudieron comunicarse con otros radioaficionados en el interior de la república y éstos a su vez, transmitir de manera intermitente información al exterior.
Mi hermana había leído las noticias y esperaba a mi madre en el aeropuerto. Ella no sabía nada pues todo había sucedido en el vuelo trasatlántico. Tere tuvo que sonreír al verla llegar y guardar para si la información de que posiblemente las únicas que quedaban vivas de nuestra familia eran ellas dos. Esas eran las noticias en el mundo: la Ciudad de México había desaparecido. Lo único que quedaban eran piedras sobre piedras.
Mientras tanto aquí todo se vivía como en una película: las noticias, los hechos, la ayuda, la organización. Se había caído el Centro Médico Nacional, enfermos, niños, doctores, enfermeras, todos desaparecidos. El Regis se había venido abajo. El centro de la ciudad estaba en ruinas. A mi abuelita la había rescatado el esposo de mi prima, que burlando las barricadas para impedir el paso a las personas, había llegado hasta su casa y la había sacado, muy a pesar de ella que no quería salir. ¿Qué quedaba de esta ciudad? ¿Quién estaba vivo, quién muerto? Estudiantes de las universidades organizaron brigadas para preparar alimentos, hacer donativos. Los hombres topo fueron los grandes héroes en este país. El mundo entero se volcó en nuestra ayuda. Gracias. Nunca acabaremos de estar agradecidos.
La ciudad se organizó, los mexicanos pudimos darnos la mano sin importar de dónde éramos o lo que pensábamos. El dolor, la angustia, la impotencia, la incertidumbre nos pertenecía a todos. Era de todos. Recuerdo las miradas en la calle, en los lugares en que nos organizábamos para ayudar, la incredulidad de otras personas. "Esto no puede ser tan grave como dicen." Negar la realidad es una manera de enfrentarla. Las imágenes las recuerdo y vuelvo a sentir la angustia, la impotencia y la tristeza del momento. Viene también a mi mente la vaga remembranza de saber que a pesar de la incertidumbre, habría un futuro.
Hoy, veinticinco años después, las imágenes de Haití hacen que la garganta se me cierre y los ojos se me llenen de lágrimas. Imagino, comprendo, puedo sentir la angustia, la desesperación de las personas. ¿Sus seres queridos murieron, alguien sobrevivió? ¿Quién se quedó sin casa?
La diferencia es que hoy supimos a los cinco segundos del terremoto lo que estaba sucediendo. Puerto Príncipe en ruinas, la casa de gobierno destrozada y el Presidente Preval como damnificado en el aeropuerto. Además de las consecuencias de la tragedia se suman realidades dignas del peor sueño de Stephen King transmitidas por los noticieros. No existe una autoridad que esté tomando decisiones, que organice o centralice la información, que canalice ayuda. La gente se está matando en las calles por recibir los cargamentos de provisiones y víveres. Hay médicos que dejan a las víctimas desatendidas por temor a la inseguridad en que se encuentran. Cargamentos de ayuda son detenidos por personas que hacen barricadas de cadáveres para cometer los hurtos. Los aviones no pueden aterrizar mediante un controlador aéreo, lo tienen que hacer -literalmente- como pueden pues no quedan autoridades aeroportuarias.
¿Qué sucederá con el país una vez que termine "la ayuda"? ¿Se incluirá la reconstrucción del país en el proceso internacional de apoyo? De hecho, esta ya es una pregunta en los centros de toma de decisiones en Estados Unidos y en diversos países de la región.
Haití es el país más pobre del continente. Esta situación es un factor determinante en la profundización de la tragedia que se vive. ¿A qué se debe ayudar? A sanar a los enfermos, a reconstruir las casas, a enterrar a los muertos, a curar a los heridos, a salvar a los huérfanos, ¿a reconstruir un gobierno?
El 47% de los haitianos sufre desnutrición crónica, y de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, de los que sobreviven, un 60% muere de VIH-SIDA. Más de la mitad de la población es rural. El 47.1% de la población joven mayor de 15 años es analfabeta.El PIB anual per cápita es el más bajo de América Latina. Las remesas de haitianos en el exterior representan el 40% del PIB. El Banco Mundial indica que en Haití la distribución de la riqueza es una de las más dispares en el mundo. El salario promedio no supera los 50 dólares mensuales. La mortalidad infantil, 59.7 por cada mil, es la más alta del la región.A esta tragedia se suman los huracanes y las constantes inundaciones del país.
¿Por qué el mundo se fija hasta ahora en Haití? La gente está muriendo de hambre, de falta de salud, de desnutrición desde hace décadas, no sólo por el terremoto de hace unos días. La pobreza se ha institucionalizado en el país y el mundo entero, políticos, artistas, personas comunes y corrientes han vivido sin preocuparse por ello.
Mientras twitteros, blogueros, medios de comunicación, empresas telefónicas, artistas, políticos hacen donativos y se apresuran a enviar ayuda y a transmitir lo que sucede minuto a minuto.... el futuro del país sigue en la incertidumbre. ¿Cuándo se sabrá que pasó lo peor? ¿Cuáles serán los indicadores para los promotores de la ayuda internacional de que ya pueden retirarse? ¿Cuándo se retiren, quién se quedará a cargo de qué?
Es impresionante la velocidad con la que se han sucedido los hechos y la rapidez con que se ha transmitido información. Sabemos por los periodistas-twitteros lo que está sucediendo desde que ellos se suben al avión en su país y aterrizan -o no- en Puerto Príncipe. Tanta información, sin embargo, no está ayudando a aclarar los hechos. La información "oficial" proviene de la Cruz Roja, de la oficina de Asistencia a Desastres de Estados Unidos y de la ONU. Ban Ki-Moon llegó hoy domingo a Haití y el mundo entero espera también sus palabras y propuestas para visualizar el camino de la ayuda.
A diferencia del 85 en México, hoy sabemos minuto a minuto lo que sucede y en dónde. La gran diferencia, tristemente, es que la reconstrucción y futuro de Haití son más inciertos que nunca. Este terremoto ha venido a sacudir, también, la conciencia del mundo. ¿Ayudar al país a retomar el camino significa dejarlo en el punto en el que se encontraba? Ese camino no sería nada prometedor y garantizaría que el país siguiera viviendo en la pobreza más lacerante que puede vivir una nación.
¿Qué sigue y de quién depende?