Dicen por ahí que es en los momentos críticos cuando las personas demostramos de qué estamos hechas y sacamos a relucir aquellas características que nos definen. Pasa lo mismo con las sociedades y con ciertas particularidades de la cultura así como con los liderazgos. Las cosas que funcionan, sirven y contribuyen a la búsqueda de soluciones y las cosas disfuncionales se hacen evidentes, exacerban sus rasgos y entorpecen el camino.

Señalo esto porque en medio del confinamiento y la crisis sanitaria que vivimos en el mundo se han puesto en evidencia rasgos y elementos centrales y claramente disfuncionales de las masculinidades, a partir de las cuales se han construido las reglas del juego internacional y de la política y convivencia local, y se están tratando de atender los problemas derivados de la crisis (o a estas alturas deberíamos decir las crisis que se han abierto en diversos frentes a raíz del problema epidemiológico y su atención).

¿Suena extraño relacionar masculinidad o masculinidades y política? Me explico y contextualizo por si voy muy rápido.

Ha circulado en diversos medios locales e internacionales la nota que señala que los países en los que mejor se ha manejado la pandemia y que han tenido mejores resultados en términos de limitación del contagio, atención y respuesta sanitaria así como en el desarrollo de alternativas económicas y financieras han sido aquellos en los que quienes están al frente del gobierno son mujeres: Taiwán, Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca.

Por el contrario, los países con peor respuesta y en los que las crisis se han exponenciado tienen al frente a hombres que han hecho gala de una de las características más tóxicas y disfuncionales de las masculinidades: el machismo. Demos un vistazo a los resultados en Estados Unidos, España, Italia, México y Brasil, por tan sólo mencionar algunos.

Una de las herramientas que se ha usado en el pensamiento feminista para explicar las condiciones de vida de las mujeres y detectar los orígenes de la desigualdad y la discriminación que viven es el establecimiento de categorías de análisis. De éstas destaco dos: el patriarcado y el machismo. El primero ha servido para interpretar “una organización social que no tiene en cuenta lo suficiente ni de manera integral a las mujeres y privilegia una concepción del ser humano, asociado a ciertas características (estereotipadas) de los sujetos masculinos y sobre los cuales se ha construido y definido la organización de normas e instituciones sociales” (Marqués, 1977 en Figueroa y Franzoni, 2014). Por otro lado, el machismo, como bien lo señala Lydia Cacho, “… no es una cosa, no es un concepto aislado; es la idea del masculino universal del poder humano. Es la idealización de la violencia como medio, como fin, como instrumento coercitivo; es una trampa que normaliza lo inaceptable: la guerra, la muerte, la tortura, la violación, la impunidad, el bullying machista, el acoso, el hostigamiento, la esclavitud, el terrorismo, la delincuencia organizada” (2018).

Aunado a esto va el análisis desarrollado en los años recientes vinculados al efecto de las masculinidades en la diplomacia, las relaciones internacionales, el nacionalismo y las estructuras de poder (Connell, 2005). Lo que estos estudios destacan es que tanto en las relaciones internacionales como en la estructura y juego de poder al interior de los países, los estereotipos de “ser hombre” y “hombre fuerte” tienen un efecto en las decisiones políticas. ¿Cuántas guerras han tenido lugar en la historia de la humanidad porque quienes se enfrentaron tenían que demostrar su hegemonía y masculinidad y hacer prevalecer sus intereses? ¿Cuántas constituciones se firmaron en el S. XIX y principios del XX en las que participaran mujeres?

Con relación a la pandemia actual, líderes de diversos países han dicho de todo y han actuado de manera poco responsable: “La guerra contra el coronavirus es eso, una guerra”: Trump (ya ni menciono lo relacionado con el uso de desinfectantes); “Nuestra economía, sobre todo el peso, ha resistido esta propaganda...: López Obrador; “Por mi historia de atleta, si fuera contagiado, sería como un resfr...: Bolsonaro; “La inmensa mayoría de los contagiados sufrirá trastornos leves y de ese modo conseguiremos construir cierta inmunidad de grupo para que más y más gente sea resistente a la enfermedad y reduzcamos el número de contagios”: Boris Johnson, antes de contagiarse. Además de las declaraciones minimizando la magnitud del problema y sus acciones poco responsables en el manejo de la misma (como seguir atendiendo mítines, encuentros y promover el acercamiento y los abrazos entre personas) un común denominador de estos mandatarios es que han politizado la situación.

Uno de los grandes problemas del machismo y las masculinidades tóxicas es que se tiene poca conciencia sobre ellas y muchos de sus símbolos en nuestras sociedades se asumen como normales. El machismo le cuesta a México 1400 mdd al año y como ejemplos de ello podemos considerar el bullying, la violencia sexual, los feminicidios, la depresión, el suicidio, el alcoholismo, los accidentes de tránsito, el acoso laboral, la falta de atención de enfermedades, entre otros.

Esta pandemia nos servirá para sumar una variable más de análisis. Los datos globales señalan que han muerto más hombres que mujeres de COVID-19, y una de las causas de eso es la falta de atención y cuidado de los hombres respecto a su propia salud. “No es de hombres quejarse, ir al doctor o ponerse cubrebocas”. El proceso salud/enfermedad/atención de los hombres merece un detenido análisis (de Keijzer, 2014) así como el costo que tiene para la sociedad y para las mujeres en particular, si además consideramos que quienes atienden a los enfermos que en su momento no se atendieron en tiempos normales son las mujeres, y durante la pandemia, las mujeres representan el 70% de la fuerza laboral en el sector salud.

Vinculado a esto, y este asunto merece no sólo un análisis específico, sino una respuesta inmediata, va el incremento en la violencia doméstica que ha aumentado durante la pandemia, en México y en todos los países. Esta esta la otra pandemia que estamos viviendo, y es resultado de la violencia machista que ahora se ha confinado en los hogares.

Como decía al inicio, esta crisis está poniendo en evidencia lo que funciona y lo que no, y claramente lo que no funciona y causa más daño y pérdidas son el machismo y las masculinidades tradicionales y tóxicas. Los líderes machos resultan no sólo peligrosos para sus países y para el mundo, sino un eslabón de debilidad para responder a la crisis por el efecto nocivo de sus decisiones y acciones.

Es hora de considerar la inteligencia emocional como una variable necesaria y urgente de quienes toman decisiones y de incorporar la perspectiva de género en las decisiones y acciones que deben instrumentarse en la crisis actual. Las mujeres han brindado las mejores respuestas en esta coyuntura crítica, algo tienen que aportar, ¿no?

Las respuestas machistas, patriarcales y basadas en la premisa de que sólo existe una respuesta válida, y es la de quien ejerce el poder, ante esta situación, nos va a matar a hombres y a mujeres.

Estamos a tiempo de aprender la lección.

Post publicado originalmente en Animal Político el 29 de abril del 2020.

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