Probablemente, el menos libre de todos los versos sea el verso libre.

Es evidente que la métrica inunda de constricciones y reglas el poema. Pero también dispara la capacidad de relación del lenguaje, multiplicando la fuerza simbólica de las isotopías o relaciones entre los campos semánticos que surgen en el texto poético.

Como en el ala el infinito vuelo,
como en la flor está la esencia errante,
lo mismo que en la llama el caminante
fulgor, y en el azul el solo cielo;

como en la melodía está el consuelo,
y el frescor en el chorro, penetrante,
y la riqueza noble en el diamante,
así en mi carne está el total anhelo.

En ti, soneto, forma, esta ansia pura
copia, como en un agua remansada,
todas sus inmortales maravillas.

La claridad sin fin de su hermosura
es, cual cielo de fuente, ilimitada
en la limitación de tus orillas.

En este inflamado soneto, Juan Ramón Jiménez nos habla de esa supuesta “limitación” de las normas métricas, que en realidad no es más que un inmenso espacio de posibilidades abierto entre las dos orillas del poema.

Si el soneto nos ofrece una estructura, un patrón acentual y rítmico y una rima determinadas, muy determinadas, aún es más cierto que el verso libre nos obliga a escoger los mismos elementos para todos y cada uno de los versos que lo forman. ¿Es eso libertad? Que venga Dante y lo vea.

Per aspera ad astra: como sabía el grupo Oulipo, no hay mejor fuente de inspiración que unas buenas restricciones, que sometan y domen las ideas poéticas, para que éstas no se nos despendolen.

Gonzalo Escarpa
Imagen: Chema Madoz

Escuela de Escritura

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