Así es, vuelvo a aprovechar un momento de tranquilidad, en que estoy esperando que llegue una de mis hijas y nos sentemos a comer. De manera plena le doy a Claudia -es una de mis hijas- toda la razón, cuando me jaló las orejas, por no escribir más seguido y me recordó que la disciplina es indispensable. Bien me doy cuenta, pues me siento enmohecida, como si las palabras no vinieran con la fluidez y espontaneidad de antes.

     Aún no termina septiembre, así que sigue vigente éste nuestro mes patrio.A pesar de que han pasado muchos años, este mes y en especial el día quince, tienen para mí un dejo de tristeza, pues trás un doloroso y largo sufrimiento, mi padre vió una hermosa lúz y fué en pos de ella. En esta ocasión y mientras buscaba unas fotografías, encontré una de él, en que está joven, guapo, alegre y lo recordé -vivamente- llegando él a la casa y a mí esperándolo, pues me acababan de cortar mis trenzas -largas y queridas- y me sentía realizada, con mi nueva apariencia. Se paró frente a mí y me dijo: "Qué preciosa estás, mi gordita". Al escribirlo y al recordarlo, aún siento en el corazón y en el estómago un revuelo de alas, tal como lo sentí en ese entonces.

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