Publicado por primera vez en Invierno 2010

A lo lejos se escuchaban sonidos capaces de recrearse en el recuerdo de nuestra primera infancia; la brisa acentuaba las palabras, y los últimos rayos del Sol jugueteaban en unos dedos diminutos que dibujaban formas imposibles en el viento...

Era el atardecer de un martes, era la hora del abrazo, era el mejor momento de cualquier día...

Una paciente madre leía, por quinta ocasión en aquella tarde, el cuento favorito de su hijo; y ese hijo, con los oídos de su inagotable imaginación, escuchaba atento un cuento nuevo en cada ocasión. De repente, una palabra se estrelló contra un cristal, claramente sintió cómo cada una de las letras se alejaba, deformando la palabra, para reunirse nuevamente en un santiamén, dando lugar a una palabra a la que no lograba darle significado...

Seguían desfilando en el aire viejas conocidas: ladrillo, guisante, camino, chocolate, bruja, globos... Pero la palabra accidentada seguía ahí, esperando ser identificada, utilizada en su infantil lenguaje. No pudo más, a la vuelta del siguiente ‘globo amarillo’ el niño, con angustia reflejada en el rostro y con la inocencia de sus cinco años, preguntó a su madre: ‘¿qué es un reproche?’. La madre calló. El tiempo esperó, junto al niño, la respuesta... y una voz, arrastrando las palabras, contestó: ‘el reproche es un mal recuerdo disfrazado de buena memoria... y que generalmente regresa sólo para causar dolor’. El pequeño, al instante, con una gran sonrisa en los labios, preguntó: ‘¿no hay manera de que se le olvide el camino? ’...

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