Últimamente, los medios de comunicación se han ocupado de historias que cuestionan la honestidad de candidatos políticos y atletas olímpicos, por nombrar apenas algunos casos. Muchos se preguntan: “¿Quién dice la verdad?” Carreras, logros y medallas de oro pueden mancillarse en un instante cuando se cuestiona la integridad de una persona. Para algunos puede significar grandes pérdidas.

Estos titulares me recordaron un pequeño ejemplo de mi propia vida, cuando de adolescente sucumbí a la presión de mis compañeros y tomé algo que no me pertenecía. Como estudiante de la Biblia, sabía que lo que había hecho no estaba bien. Ocultar el incidente me hizo sentir una pesada carga de culpa y vergüenza. Nunca en mi vida me había sentido tan mal, tan separada del bien. Había actuado con deshonestidad, y no quería vivir con esa mentira.

En esa época, yo era alumna de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y mi maestro era un hombre amable y compasivo, que nunca me juzgaba por mis errores. Lo llamé y le confesé llorando lo que había hecho. Él me alentó a ser honesta respecto a mis acciones y aceptar las consecuencias.

Sus palabras resonaron con esta frase de un himno que a menudo cantábamos en la iglesia: “Hijo eres de Verdad, / de puro corazón” (Emily F. Seal, Christian Science Hymnal, Nº 382, traducción español © CSBD). Dios es Verdad, y también nuestro Padre-Madre, por lo tanto, nosotros somos los hijos –la expresión misma– de la Verdad. Esto significa que pensar o actuar con deshonestidad no está de acuerdo con lo que realmente somos. Como hijos de la Verdad, hemos sido creados para expresar a Dios con honestidad y bondad. Esta clase de razonamiento espiritual me ayudó a comprender que decir la verdad era lo correcto, y que yo podía aceptar las consecuencias.

Al día siguiente, devolví lo que había tomado y me disculpé por mi comportamiento. Al hacerlo, fui tratada con amabilidad. No me castigaron, y aprendí una valiosa lección: la Verdad es una posesión preciosa y la honestidad es un poder. Como escribió la fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy: “La honestidad es poder espiritual. La deshonestidad es debilidad humana, que pierde el derecho a la ayuda divina”.

Por ser hijos de Dios, la Verdad divina, la honestidad es parte inherente de nuestro ser. De hecho, todo el propósito de la vida de Cristo Jesús fue dar testimonio de Dios, la Verdad, y mostrarnos nuestro ser verdadero. ¿Acaso no fue eso lo que hacía cada vez que transformaba física y mentalmente a las personas que sanaba? Dijo: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18:37).

Cuando nos esforzamos por vivir nuestra vida con honestidad, nuestro ejemplo inspira a otros a hacer lo mismo, y nos permite ser una influencia sanadora en nuestras comunidades, tal como mi maestro de la Escuela Dominical lo fue para mí. “Amados niños, el mundo os necesita —y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula”, escribió la Sra. Eddy. “¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!”

© 2016 The Christian Science Monitor. Usado con permiso.

Ingrid Peschke integra el Comitê de Publicación de la Ciencia Cristiana en Massachusetts, EEUU.
Contacto en México: mexico@compub.org

 

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