Tenemos treinta  la edad de creer en las palabras por sí solas y entregar los corazones, creemos en el poder de las éstas y sabemos perfecto lo que significa un "te llamo luego", conocemos al dedillo cada una de nuestras estrías y flacideces que hasta hace poco causaban estragos en nuestra moral centrada en el exterior y no en el exterior.

Tenemos treinta y comparamos los precios del papel higiénico, pedimos consejo a nuestras amigas condiciones similares, de maternidad a las que somos madres, de amores a las solteras liberadas de atadaduras y de relaciones de pareja a las casadas.

Y aún así nunca encontramos las respuestas que queremos y nos devanamos la vida en ordenar cada uno de nuestros sentimientos, atarlos con listones de colores y ponerles hora y fecha de caducidad y aún así no nos damos tiempo de pensar en que estamos en la cumbre de la vida, con los senos a punto de caer en picada y el deseo tan a flor de piel como una roncha recién hecha.

Tenemos treinta y ya no hacemos el amor, cogemos y antes o después amamos y en muchos de los casos olvidamos o conservamos a los "buenos elementos" en la agenda por si ocupamos de las noches solas, nos volvemos un poquito putas pero aún podemos expresar cierto dejo de inocencia, dejó de preocuparnos el depilado perfecto y solo nos ocupamos de tener la ropa interior lista por si se nos ocurre dejar al aire las piernas y soltar el corazón.

Ya no nos da miedo enamorarnos, por que a los treinta ya amamos muchas veces hasta el hipotálamo y lloramos hasta el cansancio y berreamos lágrimas hirientes con las congéneres de siempre, ahora nos enamoramos un par de minutos, dos horas y si tenemos suerte ese amor nos puede durar algunos meses, sabemos caernos estrepitosamente y aún así nos levantamos con corona de reinas y con los zapatos del tacón del 12 -que nosotras mismas compramos- y muy erguidas seguimos buscando en cualquier esquina las mariposas alegres en el estomago.

Porque tenemos treinta dejamos de creer en las palabras y confiamos más en las punzadas del estómago, en el lenguaje no verbal y en las diferentes miradas, a veces, si ya tenemos un buen trecho recorrido sabemos perfecto cómo son las personas con tan sólo mirarlas, las frases hechas perdieron sentido y sólo confiamos en nosotras mismas y en nuestra velocidad para levantarnos.

Nosotras, porque tenemos treinta, somos las que ponemos las reglas del juego, decidimos jugar en solitario o de vez en cuando invitar a algún incauto a jugar una partida que sabemos que tenemos muy bien ganada y de no ser así, la perdemos sin mucha pena y con mucha gracia, conocemos perfecto las reglas de cada uno de los juegos que previamente decidimos jugar, ya no hay sorpresas, solo golpes certeros.

Las que tenemos hijos buscamos, mientras tendemos la ropa y lavamos los trastes, historias futuras a las cuales aferrarnos, esperamos sin mucha paciencia el momento en el que se duermen los hijos para planear las estrategias para su vida futura y disfrutamos verlos dormir y escuchamos sus voces que cual cascabeles llenan cada uno de los minutos del día.

Tenemos treinta y como a los veinte todavía creemos que tenemos la sartén por el mango, porque somos mujeres llenas de historias o de ganas de tener algo interesante que contar a nuestros nietos, porque en cada reunión con nuestras pares nos convencemos de que nuestra vida es perfecta aunque secretamente quisiéramos un poquito de la vida de esta amiga o de aquella.

Porque no dejamos de jugar a las muñecas pero ahora somos nosotras las que movemos los hilos de cada uno de los juegos, decidimos en cualquiera de los casos caminar con paso firme por el fango y si nos caemos también es porque así lo elegimos, porque de antemano sabíamos cuál será el rumbo de cada uno de nuestros pasos.

Porque tenemos treinta comenzamos a cuidar nuestra alimentación para llegar a una vejez decente, pero a la menor provocación nos dejamos ir felices ante la tentación y comemos y vivimos como si el mundo fuera a acabar el día de mañana, aún así religiosamente cada lunes, después de un fin de semana de desenfrenos carnales, retomamos el rumbo del buen comer, de buen vivir y del bien cuidarse, no vaya a ser la de malas.


Ya no nos preocupa demasiado el qué dirán o el cómo lo dirán, nos hemos vuelto un poquito descaradas y decimos lo que pensamos, sin embargo cuidamos cada una de nuestras letras porque sabemos que éstas pueden finalmente ser usadas en nuestra contra, tampoco pedimos explicaciones, porque sabemos que si lo hacemos algún día también nos las pedirán.


Somos así frescas y desenfrenadas y quizás porque tenemos treinta no sabemos el ritmo de la gravedad de nuestros senos o los caminos que recorrerán nuestros tacones de 12 centímetros, tampoco conocemos bien a bien el rumbo de cada uno de los millones de sueños que tenemos durante el día, pero qué más da porque tenemos treinta y tenemos toda una vida para darnos cuenta que en la vida jamás tendremos la verdad absoluta de las cosas.

Twitter: @miss__ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/

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