La primera vez que supe que era bruja lloré, tenía cinco años y verme en la nariz una verruga hecha de papel de baño y resistol que coronaba mi disfraz para la escuela causó estragos serios en mi vanidad recién estrenada.

 

Ese día lloré tan fuerte que rompí mis propios calderos, mis conjuros y mi misma suerte, luego  pasé tantos años en silencio que me quedé muda, reproduciendo diálogos aprendidos en las letras de los libros y las canciones, de lo que veía en la televisión.

 

Pasaban los años y seguían llegando los mensajes, pertinaces como las gotas de lluvia en verano, siempre pocas pero constantes, a veces me advertían cosas pero no les prestaba ya mucha atención; luego, dejé de mirar a los ojos a la gente, temía encontrar una mirada tan muerta como la mía.

 

Dejé de escuchar las voces que me nacían de bien adentro, esas que me susurraban la dirección correcta y las claras advertencias que pronosticaban un nuevo desbarrancamiento, acto seguido caía, entonces culpaba a la suerte y al destino por las nuevas heridas.

 

Luego, al acariciar las recién nacidas cicatrices volvía la débil voz a decirme quedito en mi cabeza un arrastrado y bien redondo “te lo dije”, entonces juraba esta vez prestar atención a mi voz interior, sin embargo se me volvía a llenar la cabeza de humo, de ruido, de gente, de las eternas expectativas de lo que los demás quieren que uno sea, y más tarde que temprano volvía una nueva caída, más profunda y dolorosa que la anterior.

 

Dejé de interpretar mis sueños, que de por sí ya eran pocos, y comencé a caminar a ciegas, esperando en algún rincón oscuro alguna respuesta, como un gato herido, aventando zarpazos a diestra y siniestra, sin escuchar más nada que el silencio seco y tortuoso que emanaba de cada uno de mis sentidos.

 

Evité mirar la luz y sentir el viento en la cara, tenía tanto miedo de equivocarme que me escondí de mi misma y del reflejo propio en el espejo, no fuera a ser que como los vampiros, me despedazara en pequeñas partículas de polvo y tristezas, se fue la música y las palabras, eran días grises en los que solo escuchaba mi respiración pausada, temerosa, lacónica.

 

En medio de tantos silencios siempre volvía la voz que me decía “vuelve a tu caldero”, pero cómo habría de hacerlo si ya hacía un buen rato había perdido la magia, tenía entre las manos una mezcla de pasados, dolores y porquería, hasta que me dí cuenta que solo soltando aquello podía volver a tomar la vida y apartar las sombras que coronaban mi cansada cabeza.

 

Al principio fue difícil, la magia volvía a cuentagotas, mi voz interior ya no quería decir más nada, cansada de sentirse ignorada dejó de pronosticarme el destino y de vez en cuando me  dictaba alguna nueva ruta, comencé a escucharla, a escucharme, a perder el miedo patológico de volver a caer, después de todo no pasaría nada más que un raspón, los tiempos oscuros me habían enseñado a levantarme cada vez con más gracia, así que ya no tenía nada que perder y volví a revolver mi caldero.

 

Primero poco a poco hurgaba en el fondo, me divertía en silencio poniendo hierbas y sueños en el caldero, una pizca de ilusión por otra de magia, una parte de confianza en la vida por otra de amor propio, regresé poco a poco a ver mi reflejo en el espejo, había cosas que no me gustaban pero que abracé tanto como las que sí porque eran parte de mi.

 

Me miré desnuda, me miré dormida, me miré viva y dejé atrás todos esos cambios de piel, no los colgué como un recuerdo, los quemé en alguno de mis tantos fuegos internos, comencé a caminar más erguida mirando siempre de frente, ignorando mis ganas de ver el pasado y sus dolores.

 

La voz interna cobró más fuerza, dejó de susurrar para cantar bien fuerte, dejó de pronosticar y comenzó a dar certezas, se sabía escuchada, se sabía amada, se sabía sabia, se sabía bruja y no de esas que echan conjuros a diestra y siniestra, ni de aquellas que son feas y viejas, sino de esas que hacen que cada uno de sus pasos retumbe en el mundo, de las que tienen la magia en la mirada, de las que saben con certeza cada uno de sus rumbos.


Entonces los miedos se fueron descascarando ya no necesitaba oscuridad para amar la luz, ya no requería más nada que la fuerza de mis pies y la seguridad de que las brujas no son aquellas mujeres con verrugas de resistol en la nariz, sino aquellas que escuchan más su corazón y lo siguen.

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