De cuando se despierta con la soledad bien lejos de entre las piernas, los demonios propios y ajenos finalmente decidieron migrar a otra cama y nacen flores y risas durante los primeros minutos del día, y el único aroma que emana de entre las entrañas es el del café y los amores recién cosechados.
Y antes de que comience a clarear  el día emerge la magia de entre brazos y piernas entrelazados que se buscan y se encuentra aún cuando los párpados están a medio abrir, a tientas las manos dicen lo que las bocas callan para así tratar de volver de entre los sueños de manera un poco más amable.
Despertar con un cuerpo ajeno al propio, en ese momento en el que la noche se convierte en día y dejan de importar las cuentas pendientes del banco y los servicios, donde se deja de ser todo menos uno, en ese momento justo en el que se vuelve de los sueños para aterrizar en la realidad.
Y el cuerpo comienza a despertar y se alarga una mano perezosa para comprobar que a veces se puede volver de entre los sueños con un recuerdo palpable entre las manos y la fiesta de la noche continúa  hasta que empiezan a cantar los primeros pájaros desmañanados.
Entre bostezos y susurros le vuelven a nacer raíces a la cama, que necesita sujetarse para soportar nuevos embates y dos confirman que son mejores cuatro brazos y cuatro piernas que solo un par de cada una. Entonces se sabe que poco importan los minutos de retraso en el trabajo, porque el mundo olvida rápido una inpuntualidad pero jamás se olvidarán los días en los que se cocían los amores bajo las sábanas.
Se le conoce de muchas formas, la más vulgar y mentada es la del el mañanero, y yo más bien le llamaría amanecer como Dios manda, tan desnudos como llegamos al mundo, tan desvestidos como nos iremos, en plan topos, ciegos por llegar al punto final pero incapaces de ver con nitidez como la noche le hace el amor a la mañana.
Los desayunos carnales son más preciados que la taza cotidiana de café, el buenos días al de la parada del camión, el repaso mental y monótono de la agenda del día, la eterna lista de pendientes que siempre se quedarán así.

El mañanero representa la oportunidad de mirar el nuevo día tal como viene, con la espontaneidad de un orgasmo, con los olores de uno bien pegados al cuerpo y la fuerza que se necesita cada día para afrontar la vida.
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