Desde antes de que naciera la bebé he sido mujer multitarea. Hago cosas aquí, allá y si se puede más lejos, mejor. El cuerpo me ha rendido hasta para lavar en el posparto (cosa que no le recomiendo a nadie), después la vuelta al trabajo, convertirme en vaca lechera por el bien de mi hija, ir y venir hacia y de San Cristóbal, correr a dejar a la niña con la nana, correr al trabajo, luego a la oficina, luego a casa, y así todos los días.

La semana pasada el cuerpo empezó a dar señas de cansancio: dolor de cabeza, garganta irritada, dolor de cuerpo. Pero, como siempre, me llevé el asunto con remedios sin atenderlo de verdad. Ahora sí que fue peor el remedio que la enfermedad.

Hoy salí de casa y llevé a Fer con su nana, fui a hacer una visita, busqué a unas personas y entonces el dolor me detuvo. Mi estómago dijo ya no más y terminé en la consulta del doctor del ahorro vomitando mi desayuno.

Después de la revisión me dio su ligero diagnóstico: presión baja (siempre lo he padecido), infección en la garganta marca diablo, gastritis y colitis nerviosa.

Y así, terminé mi jornada laboral sentada en la cama, redactando mis notas entre pausas con las vueltas al baño para vomitar.

Ya lo sabía, pero lo ignoré, sabía que el cuerpo pediría un espacio para mí mismo y me haría detenerme aunque no lo deseara.

Tú,  ¿sabes escuchar a tu cuerpo? 

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