Cualquiera de más de cuarenta años y de familia medianamente cotufosa, recordará aquella costumbre de mandar imprimir tarjetitas que se enviaban a los conocidos por correo para notificarles nuestro cambio de domicilio.

La costumbre ha caído en desuso y el servicio postal está en proceso de extinción. Además ahora mucha gente aprovecha la mudanza para perdérsele a los cobradores, a la ex pareja o a los conocidos que le caen mal.

Siendo yo cincuentona y habiendo leído completito el Carreño cuando chavalilla, aviso por este medio: me mudé el sábado trece.

Un equipo formidable de amigas vino a compartir y ayudar. Ese mismo día cocina, vajillas, libros, blancos, ropa, hermosuras, manteles, retratos, discos compactos y tiliches misceláneos quedaron en su lugar. Todas opinaron y más o menos acomodamos los muebles en su lugar. Ahora me siento como visita en mi propia casa… porque abro todos los gabinetes para encontrar la sartén, porque sin nuevos “aventaderos” de rutina pierdo el bolso, los lentes y el celular o los cigarros varias veces al día. Además traigo las piernas moreteadas por topar con muebles donde todavía no los adivino. Estoy muy contenta.

No es solamente el gusto del estreno, es que ahora recupero todo de la bodega chica. Quienes no saben la historia, sepan que hace un par de años sólo conservé lo indispensable mientras rentaba porque ni cabían mis triques ni estaba dispuesta a atiborrar aquel depa con cajas que, de ninguna manera y por haragana, iba a desempacar.

Tuve una vajilla y algunas cacerolas, mi ropa, tres sillones, cuatro cuadros y siete adornos que por chiripa salieron de las cajas que, con inventario en mano, retiré.  Mi madre me prestó una foto de mis hijos niños porque no supe en cuál caja estaban.

Así viví veintrés meses.  Tanto tiempo pasó que me acostumbré a no pensar en esos objetos entrañables que puse en pausa (bueno; en bodega).

Hoy abro los ojos por la mañana y veo los portarretratos con instantáneas de mis hijos, mis padres y algunas fiestas. Camino p’allá y está la talavera, las botellas de colores, todos mis libros (recupero a Ibargüen, a García Márquez, a Isak Dinesen y a la Mastretta, los Astérix, y los diccionarios).  Mis librotes de arte amados y todos mis cuadros.

El mismo día de la mudanza abro la puerta del mueble de cedro blanco, levanto la persianilla del teclado del piano y el aroma me hace rodar las lágrimas: es historia entrañable… seguro hace una o dos vidas fui perro porque mi olfato  evoca recuerdos que ya se me habían olvidado.

Estoy disfrutando colchón, sábanas, edredón y almohadas nuevas. El tacto es glorioso; mi cama no es cama, es una nube.

Hace algunos años una amiga muy sabionda, me dijo que me cambiara los lentes. Que aunque siguiera yo viviendo donde mismo reacomodara mis muebles, cambiara los cuadros, moviera mi observador a ver si así encontraba otros ángulos  –tal vez– hasta nuevos focos de atención.

Bueno, pues vendí la casa y me cambié los lentes… por los primeros que agarré. Viví cinco meses de visita con mis padres y regresé a rentar a San Jerónimo. Esos lentes nuevos tan distintos servían para ver de lejos cosas que ya no veía y para ver de cerca cosas que me había acostumbrado a ignorar. Anduve a tropezones un rato, tanteando, desconociendo, reconociendo para no chocar con algo ni agarrarme los dedos en la puerta.

A tientas se aprende mucho.

Hoy veo todo distinto. Encontré los lentes viejos entre mis triques pero ya no sirven. Ya me acostumbré a los de tantear y hasta veo diferentes mis cosas de siempre.

Pero bueno, para notificarles mi cambio de domicilio y no decirles dónde cae el nuevo, ya se me paso la mano. Me pongo a sus órdenes aquí.

Tizapán, Diciembre del 2014.

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Comentario

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Comentario de Betsabé Morales Castro el enero 6, 2015 a las 1:03pm
Renata me encanta como escribes, saludos.
Comentario de Guadalupe Albert el diciembre 28, 2014 a las 11:14am

Felicidades, Renata querida!  Qué alegría saber que despues de tanto trotar por lugares a los que no pertences finalmente encontraste tu espacio y tus cosas.

Esos reencuentros con lo nuestro y lo conocido son un regalo de la vida que sólo la gente como tú que arriezga, entiende el valor de lo vivido.

Te mando un beso enorme desde acá deseándote que el 2015 sea de muchos reencuentros y encuentros inesperados.

G

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