Seguramente estarás pensando que voy a hablar sobre amor y romance en el trabajo. Estás en lo correcto, pero no desde la óptica que sospecho, te estás imaginando.

No voy a hablar de relacionarte emocional o sexualmente con alguien de tu oficina o que trabaja en tu mundo laboral.  Voy a hablarte del amor CON el trabajo.

¿Suena raro? No tanto.


Escuchaba el otro día a Arianna Huffington en su audiolibro On Becoming Being Fearless y en el segundo capítulo me quedé pasmada. Habla la famosa bloguera sobre la manera en que las mujeres nos relacionamos con los hombres y en lo que muchas veces nos convertimos con tal de estar al lado del  sujeto al que decimos amar.  Hemos aprendido culturalmente (y bastante mal por cierto) que parte de nuestro valor radica en tener a un hombre, a una pareja, al lado. Ellos validan nuestro ser en tanto que nos hacen sentir hermosas, atractivas, valiosas y un largo etcétera que conocemos bien las mujeres.  Cuando una relación no funciona, tratamos de hacer que funcione a como de lugar y este "a cómo de lugar" implica la mayor parte de las veces que estamos dispuestas a convertirnos en hule.

Si eres como yo, estarás pensando: claro que no, yo soy autosuficiente, no necesito a un hombre que me valide, tengo valor propio, historia, etcétera. Pero si eres honesta contigo, encontrarás que por lo menos alguna vez (por decir lo menos) viviste una relación en esos términos.

Yo digo que nos convertimos en hule porque tratamos de ser elásticas a más no poder.  Ampliamos nuestros límites y fronteras a tal punto que descubrimos una elasticidad emocional insospechada en nosotras mismas.  No aceptamos que la relación no funcione como tal: tratamos de hacer que funcione intentando cambiar nosotras… para que el otro cambie y se convierta en lo que queremos o necesitamos que sea.  Asumimos que si las cosas no funcionan es porque no hemos hecho suficiente y podríamos hacer más, a costa de nosotras mismas.

Con el paso del tiempo, dejamos de ser quienes éramos originalmente y vamos perdiendo paulatinamente nuestra voz, hasta convertirnos en unas completas desconocidas… Desconocemos la imagen de la persona situada frente al espejo, y tampoco comprendemos el alma que se ve en los ojos de esa mujer parada ahí.

Mencionaba Arianna que los y las expertas en relaciones de pareja señalan que una relación sana saca lo mejor de nosotras mismas y amamos ser quienes somos. Una relación sana nos hace aceptarnos,  nutre y fortalece nuestra esencia.

En algún momento mi cerebro hizo un click inesperado y parte de lo que ella narraba me sonó a mi propia relación con el trabajo en distintos momentos de mi vida. He empezado al cien por ciento con un compromiso laboral, paulatinamente voy dejando mi vida privada por abrirle espacio, agenda y todo el tiempo del mundo a los compromisos laborales y cuando me doy cuenta el trabajo y yo somos uno mismo.  Le dedico la mayor parte de mi energía, pensamientos, horarios, voluntad y disposición. (Si no te dijera que se trata de una relación laboral, podría parecer una típica relación de pareja. ¿A poco no?)

¿Te suena familiar? Veo a muchas mujeres en mi entorno viviendo  situaciones similares, tanto en lo sentimental como en lo laboral.   ¿Has escuchado la frase: no lo dejo porque no tengo manera de mantener a mis hijos? También he escuchado la frase: no dejo el trabajo porque es la única fuente de ingresos que tengo, y ¿cómo voy a mantener a mis hijos? o ¿Cómo voy a sostener el ritmo de vida que llevo, mis gustos? En fin, puedes ponerle el predicado que quieras.

El común denominador en ambos casos es el temor a dejar lo conocido por algo desconocido. Más vale malo por conocido que bueno por conocer, dice el refrán.

Cuando una relación es sana, tanto en lo laboral como en el ámbito de la pareja, no hay porque salir de ella. Lo problemático aparece cuando la relación, en cualquiera de las dos esferas no es sana, cuando no somos felices, cuando empezamos a convertirnos en la peor versión de nosotras mismas en una relación de pareja o en una relación de trabajo.  En ambos casos abrir los ojos en la mañana es un suplicio, pues no hay nada alentador por delante, se han acabado los alicientes, la emoción, cargamos con lo que somos y con lo que hacemos pues no estamos contentas con ello.

En situaciones así hay que hacer una pausa para comprender qué nos está sucediendo. No se trata de tirar todo a la borda y lanzarse al abismo (¡aunque a veces es la opción más sana de todas, hay que reconocerlo!). No podemos exigirle al mundo que sea como queremos nosotras ni que se adapte a nuestras necesidades e inseguridades.

Tenemos que hacer una pausa para vernos a nosotras mismas y comprender qué nos sucede para hacer un cambio.  A veces la solución está, en efecto, en dejar esa relación a un lado y seguir andando. A veces haciendo ajustes, estableciendo límites, recuperando lo que somos, amamos, nos gusta y queremos,  podemos retomar el camino.  Otras, es necesario por salud y hasta por supervivencia dejar todo a un lado, cerrar el ciclo y explorar una nueva ruta.

En cualquiera de los casos, la cuestión de fondo es hacerle caso a nuestra voz interna, a esa vocecita sabia que sabe lo que nos sucede pero el ego, el "consciente" no nos permite escuchar y nos exige seguirle poniendo atención a lo que el mundo "espera de nosotras" y las demás personas consideran que es lo mejor para nosotras.  Es como cuando somos jovencitas y las personas mayores nos dicen: "Ese muchacho es bueno para ti" y en la versión actual la letanía sería algo así como, "Ese trabajo es bueno para ti".

¿Te suena familiar? ¿Has vivido momentos en los que el trabajo y tu relación con él han dejado de ser motivo de felicidad y crecimiento para ser un ancla en tu vida, desarrollo, crecimiento y felicidad?  Cuéntame. Me interesa tu experiencia.


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