Actitudes temerarias, acciones intrépidas... autoridades ausentes.

Publicado por primera vez Otoño 2011

Que somos demasiadas las personas que transitamos diariamente por las calles y avenidas de una de las ciudades más pobladas del mundo, es un hecho incuestionable. Que pareciera que la única regla de tránsito vigente es ‘andar con prisas’, también resulta irrefutable. Y que, ya sea detrás de un volante, a pie, en motocicleta o bicicleta, todas y todos tenemos actitudes temerarias que rayan en el desafío a la vida, también es tristemente innegable.

Porque, a final de cuentas, lo de menos es que con nuestra actitud temeraria al dejar de respetar una luz roja, para conductores o peatones, hagamos acopio de un falso envalentonamiento que poco o nada nos deja de gratificante en nuestro ser: al decidir ignorar una señal, estamos transgrediendo el derecho de libre tránsito de otras personas. Nos quejamos diariamente de la actitud de las autoridades... pregunto: ¿acaso nos hemos cuestionado, con esa misma poca tolerancia al fallo, nuestras propias acciones?

Esas acciones, que bien conocemos, carecen ya no sólo de respeto, sino de la más mínima reflexión. Debiéramos tener presente que toda acción conlleva una consecuencia, y resulta lógico que si nuestras acciones son insensatas, tendremos consecuencias igualmente insensatas; resulta inconcebible pretender trasladar la responsabilidad por cuidar de nuestra vida en las manos de cientos de personas que no conocemos.

Hay avenidas donde los cruces peatonales parecieran ser parte de una decoración bizarra: nadie los distingue, mucho menos los respetan. Otras avenidas ostentan puentes peatonales, unos visiblemente deteriorados, otros modernamente decorados; en uno y en otro caso, es más común ver a los perros utilizarlos, que a las personas para quienes han sido destinados en primera instancia. También hay cruceros donde se pueden apreciar semáforos de todo tipo, antiguos o modernos; semáforos malgastados, que no son respetados ni por transeúntes ni automovilistas.

Y los ejemplos son interminables. Basta con sentarse en cualquier acera de esta ciudad y detenerse a observar, para tener conciencia clara de todas las situaciones a las que hago alusión. La variable constante, en prácticamente todos los escenarios, es la ausencia, clara o virtual, de las autoridades responsables. Si, en el mejor de los casos, está presente un policía o una policía de tránsito (sobre todo en horas ‘pico’) seguramente su actividad primordial será organizar el paso de los vehículos. Desde luego, como en todo, hay honrosas -aunque contadas- excepciones.

No, nos merecemos algo mucho mejor que esto. Ser poseedores y poseedoras de una educación vial digna es, sin duda, sea tarea larga, pero no imposible. Las pequeñas acciones hacen la diferencia: la próxima vez que quieras justificarte diciendo que llevas prisa, que vas tarde, que el colegio, la junta... te invito a que te detengas a pensar un segundo: ¿tengo yo más derecho que cualquiera de las otras personas a mi alrededor, de transitar de manera libre y segura? La respuesta, seguramente, se reflejará en tu acción inmediata.

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